Vic Chesnutt

Vic Chesnutt

Estoy jodido, Vic. Si te asomas dentro mi corazón, veras una llama tenue que danza frágil, amenazando con dejar a oscuras las paredes manchadas de sangre  ya reseca. Aun así, me sirvo otro vaso de whisky; solo porque tu voz resuena calma y desesperada a la vez. Solo porque los vellos de mi piel se erizan  cuando las notas que tu creaste se esparcen en esta habitación.

Mi alma cojea, Vic. Tal vez sin razón. Mis huesos se carcomen de una melancolía extraña que me inmoviliza. Y tu música abre mi esternón, se instala entre mis vísceras y se acurruca como un niño con frío que busca la tibieza del regazo de su madre. Pero solo hay órganos sufriendo el desgaste de los años. Lo invisible, la fuerza vital de la que hablan los poetas y los místicos, se ha desvanecido casi por completo. Sin embargo aquí estoy estremeciéndome con las armonías que dibujaste en el aire y dejaste como testimonio de tu enorme sensibilidad.

Tú me explicas, con música, que un dolor por insignificante que sea, si lo dejas crecer terminará encarnándose en tu ser; como un quiste incorpóreo, peligrosamente silencioso. Eso me dices Vic, con tu voz que emerge del umbral de lo sosiego para convertirse en alarido angustioso.

Escucho atento tu canto sombrío que paradójicamente brinda una luz  prístina a mi conciencia. Me abalanzo sobre el muro sonoro que levantas y compruebo que  me frena suavemente, como un colchón mullido. Me sostiene, con mis errores y mis culpas, en un pequeño punto de tregua conmigo mismo. Eso logras  en mí con tu música, Vic.

Te conocí una madrugada, en una época amarga en mi vida en la cual aún sigo estancado; pero es un honor que tu hermosa obra, con toda su fuerza y belleza sublime, me acompañe hasta ahora. Escucharla es verte de frente: observar tus ojos claros y tu semblante apacible  que se enciende en un instante para pintar palabras que aun sin entender del todo, sesienten cercanas.

Estoy algo triste Vic, nada raro en mí desde hace  un tiempo.No quería admitirlo, pero a estas alturas ya no importa mucho. Así que continúa hablándome con melodías, con frases contundentes, e imaginaré que si el tiempo y el espacio lo  hubieran permitido, nos meteríamos a algún bar a escuchar algo de música; y yo con gusto te  invitaría una ronda de cervezas.

La zozobra se enreda entre las cuerdas de tu guitarra y tú pacientemente la desmenuzas con las puntas de los dedosy obtienes de esa maraña, como un artesano, sonidos que logran adherirse al corazón; y el mío esta madreado, Vic. Es por eso que cuando dices que coqueteaste con la muerte toda tu vida, e incluso la besaste una o dos veces, lo entiendo tan claro. No con el cerebro; sino con la piltrafa que llevo en el pecho.

Y es por eso que  tu garganta desgarrándose en medio de un tornado  perfectamente sincronizado que crece y crece hasta dejar  un hermoso desastre,  logra liberar en mi la rabia y la cura al mismo tiempo.

Vadear en la desgracia es una tarea ardua, Vic. Lo sé. Y  a veces pienso que la soledad y el desamparo son más percepciones que uno tiene de sí mismo que verdaderas condiciones. Pero omite mi comentario; es solo basura que no mereces escuchar.Es preferible que llene mi boca con un trago y lo sostenga en la lengua un momento mientras te escucho.

¿Cuánto tiempo resiste un corazón, Vic? Tal vez te guardes la respuesta. Tú lo hiciste como un grande hasta ese fatídico invierno de 2009, cuando ese coqueteo  con la muerte fue más allá. Pero hablar de la tristeza seca, sorda, es una grosería. Hablemos mejor de la gozosa melancolía  de tus monumentales canciones. Del poderío que liberabas como un vuelo de aves oscuras en una tarde rojiza. Mejor  aún, cerraré mi boca y dejaré  que tus canciones se esparzan  por esta habitación sin luz.

Porque hoy es Nochebuena, Vic; y créeme, es la más triste que he vivido. La rabia  y la tristeza se me hacen engrudo en el pecho frío. Un engrudo que el alcohol ya no puede deshacer. Y me  resguardo en tus canciones. Débil y enojado  busco refugio bajo tus notas y palabras.  En los violines rabiosos y los iracundos tambores que arropan  tu alarido en Coward; en la tristeza trémula de Chinaberry Tree, en la tensa distorsión y el minimalismo de Philip Guston, en la melodía hipnotizantey la demoledora lírica de Flirted With You All My Life, en la pausada ternura que se diluye en añoranza de Granny y en el poderío de Everything I say, que  es una vorágine densa y majestuosa que crece tensa entre tonos ominosos hasta explotar en un mar de distorsión y como marea embravecida golpea sin piedad el alma.

La vida mata Vic. Lo sé. Agobia. Por eso te agradezco, donde quiera que estés,  por ayudarme a colgar, al menos por un momento, mis penas. Imaginar que me  las quito  capa  por capa, como pesados abrigos; las cuelgo en el perchero y camino hacia la cálida habitación principal para abrazar a mi madre; besarla, apretarla fuerte y  decirle Feliz navidad.

Pero es solo eso  Vic; imaginación y nada más, pues no puedo deshacerme de mis penas ni tampoco abrazar a mi madre. Ya no.Tú tampoco  puedes tensar más las cuerdas de una guitarra ni liberar tu voz; no en este mundo. Y eso es una verdadera  lástima.

Pero tomo como pretexto esta fría noche de celebración para brindar por los huérfanos y  los enfermos. Por los desposeídos y los sin suerte. Por los amigos y mi padre y también por ti, el grande Vic Chesnutt.

Salud y hasta luego, Vic.

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sobre el autor

Carlos Ledezma

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