Santa Claus de las Ratas

Santa Claus de las Ratas

Las ratas juguetean en las calles húmedas y sucias. Brincan en mis manos y se acurrucan en mi raído pantalón  con olor a orines.  Los nudos blancos de mi barba huelen a mezcal barato, mezcal que ni es mezcal, amarillo como miel o como bilis.

Compartimos en el reino de la mugre las migajas de una esperanza rancia; una esperanza que ya no calienta ni las patas, mucho menos el corazón.

Habitamos el rincón de las miradas esquivas, de las narices arrugadas, de las manitas de los niños que señalan con cara de asombro o miedo al bulto de camisas rotas que enredan a un hombre rollizo de cara grasosa y sonrisa chimuela, de barba ceniza y uñas negras. Santa Claus de las ratas. Papa Noel del averno, ebrio  y meado.

Porque es época de dar, ofrezco a los peatones mi hedor podrido y mi aliento aguardentoso. Ofrezco al caminante apresurado mi  podredumbre  desbordante. Extiendo mi mano, no para pedir la moneda sobrante, sino para otorgar  la paz; una paz de medio uso, de segunda mano. La paz que se obtiene al ver a un ser más jodido que uno mismo y así poder tomar conciencia de que al menos aún se puede –mal- vivirun escalón más arriba de la desgracia. Es una paz de a mentiritas, colgada con alfileres en el alma, pero se las doy.

Por eso y muchas cosas  más, ven a mi casa esta navidad. Mi casa es tu casa. Pasa, ponte cómodo en esta esquina maloliente. Disculpa el desorden, los escupitajos, los piojos, las liendres y la disentería. Y no te preocupes por las mascotas que chillan y brincan en tu regazo con singular algarabía, no hacen nada. Son como mis renos: ratas hocicudas que jalan mi trineo de mierda. Ten, toma  un sorbo de este garrafoncito de plástico. Que su miel te nuble un poco el pensamiento para que el gélido viento  sea solo un murmullo que se desvanece entre el ruido de los autos y su baile intermitente de  luces y ruidosas bocinas.

Y es que el espíritu de la navidad flota en el ambiente, pero en mi habita legión. Espíritus chocarreros, espectros de quijadas trabadas, brujas que me asfixian con sus cabelleras negras, tecolotes de enormes alas parados en la rama más seca del árbol de mi horca. Es época de dar y recibir, pero ni la puta más vieja y sifilienta del bar se bajaría  las bragas para recibir este trozo de carne, flácido y purulento que llevo entre las piernas. Pero las penas, con un mendrugo duro y enmohecido son buenas; y donde come uno, comen dos. O tres. O cinco ratas y un perro sarnoso. Engañamos el hambre y compartimos la sal y la miseria frente al aparador pulcro y luminoso de la exclusiva boutique de la acera de enfrente.

Pavo, ponche y uvas. Abrazos y buenos deseos. Rostros sonrientes, la sala familiar atiborrada, las ropas nuevas, el ron y el whisky, los aromas dulces entremezclados, el calor de la cocina y sobre todo, esa sensación indescriptible de que las cosas mejoraran, que estaremos bien. Todo se desvanece lentamente en la memoria pantanosa y ante mis ojos vidriosos va quedando solola suciedad pintada de tristeza, reflejada en el cristal del aparador que resguarda a los maniquíes inmóviles y sin rostro, pero perfectamente abrigados. Con estilo y clase.

Pero oh, mi nene, no; no, las cosas no estarán bien. Sin embargo de igual forma ven a cantar, ven a cantar, que ya está aquí la navidad.Canten y bailen pequeñas ratas; chasqueen sus patas de uñas largas en la banqueta, como castañuelas; adornen este pesebre callejero yde nuevo milenio como si fueran nobles corderos, asnos de mirada compasiva, bueyes y vacasembebidos en la contemplación del niño Jesús; aunque aquí solo queda la enorme ausencia del Padre, de la virgen y de la divinidad recién nacida. Nada y viento frío. Nada y hambre. Nada y un poco de alcohol para calentar la sangre. Nada afuera y nada adentro. El país desierto en las pupilas del que habla el poeta en Sísifo. Nada al fin.

Un pequeño Santa Claus en brazos de  su madre me observa y por alguna razón encuentra mi mirada. No hay asco ni miedo en su expresión. La sensación que me recorre desde las tripas logra  abrirse paso entre mi amargura y embriaguez y, solo por un instante, me enternece.

El niño se aleja con su  mirada  clavada en esta pila de infortunio; y fantaseo con la idea de que en realidad se trataba de Dios, observando atento al más pequeño de sus hijos: El descreído, un Santa Claus de las ratas al que la vida le arrebato la Navidad a punta de vergazos.

Jo.

Jo.

Jo.

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Carlos Ledezma

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