Realidades

Realidades

Ya casi se cumple un mes desde el día que nos asaltaron. Tal cual: el cañón de una pistola nos vio a los ojos mientras caminábamos y cantábamos “I’ve Got You Under My Skin” de Frank Sinatra por el parque que habíamos transitado cientos de veces previas a altas horas de la noche. ¿Qué se llevaron? Nuestro celular y las ganas de regresar a uno de los lugares que siempre consideramos entre nuestros favoritos. Seguramente, para la mayoría de personas que lean esta historia, no les resultará un caso aislado. Según datos de la organización México Evalúa,tres de cada cinco habitantes de la Ciudad de México y el Área Metropolitana han sido de víctimas de algún tipo de delito; entonces, si consideramos que el último censo realizado por el INEGI en 2015 arrojó que esta zona del país es habitada por 8 millones 851 mil personas, eso significa que por lo menos cinco millones fueron presas de algún crimen.

Y así, las tragedias se vuelven números que acaparan portadas y engordan las investigaciones estadísticas. De los altos mandos salen condolencias y reprobaciones enérgicas; pero todo sigue igual. Una cosa lleva a la otra y nuestros malestares sociales estructuran un ciclo de problemas: la inseguridad, la pobreza y la corrupción se han convertido en hijos no reconocidos de la marca comercial CDMX.

Las noticias tormentosas que llegaban desde lugares como  Michoacán, Ciudad Juárez y Guerrero se sentían tan lejanas, de otro país… De otros tiempos. Con los años el sonido de las balas se ha vuelto tan familiar como el del metro que abandona el andén. La distribución de la catástrofe poco a poco rompió con los estigmas: ya no sólo hay atracos en Azcapotzalco o en Tepito; también hay ejecutados en la Narvarte, violaciones en Naucalpan, se caen plazas en Insurgentes y Álvaro Obregón 226 sigue en ruinas. Hay hambre y la alerta sísmica suena 24/7.

Los capitalinos responden del modo que conocen: marchan, protestan, salen a votar, discuten, pelean y como Dios les da a entender, se defienden… Y todo sigue igual. ¿Cómo reclamar –entonces- la indiferencia? Justo cuando se convierte en un método de supervivencia ante el salto de realidades tan aplastante.

Un tarde te manifiestas con tus compañeros en búsqueda de mejores condiciones para la Universidad y dos horas después, un muchacho de 17 años amenaza con asesinarte si no le das tus cosas… De repente, vas por el cuarto tequila y los plomazos en Garibaldi te zumban ni deberla ni temerla… En un abrir y cerrar de ojos, el techo de tu casa se desploma sobre el cuerpo tus seres queridos… Y cuando menos lo esperas, recibes los restos calcinados de tu hija que perdiste cuando sólo se dirigía a la escuela.

La fórmula dicta que estas líneas deberían establecer una solución; pero con la ciudad hecha tierra de nadie, sólo queda recomendar una cosa: encomiéndese; a lo que sea, a lo que se deje, porque hay que sobrevivir un día más.

SHARE
sobre el autor

Daniela Méndez y Ernesto Cruz

Deja una respuesta