Meditaciones sobre la intimidad – III Intimidad anónima

Meditaciones sobre la intimidad – III Intimidad anónima

Ese extraño accidente entre dos personas que no tienen motivaciones para conocerse, siquiera interactuar, también es íntimo. Como cuando dos personas que viven en realidades ajenas, lejanas a la otra, que sólo se encontrarán al levantar su mirada cuando la mañana no logre afanar lo suficiente el paso de aquellos que caminan siempre apurados. Como cuando, en un parador cualquiera, dos personas tienen la suerte de encontrar la gracia fácil por alguna cosa, y entonces, comparten una pequeña risa sincera. Como cuando dos cuerpos que se enfrentan manteniendo el equilibro en el bus de medio día, forzados a estar uno frente al otro, buscan activamente esquivar sus ojos y luego, por un acto de humanidad inexplicable se encuentran y es un encuentro amable, o como cuando dos mesas opuestas en un restaurante acomodan a dos personas solitarias que disfrutan la idea de comer mirándose de tanto en tanto.

Esos extraños accidentes son testimonio de que la intimidad no sólo ocurre entre dos amantes, dos amigos o con nosotros mismos. A veces, terminamos expuestos gracias a una simple mirada anónima.

Así lo siento de vez en cuando. Naturalmente dejo que las personas ocupen un único espacio físico en mi rutina, que sean sólo cuerpos en movimiento y que esta sea mi guía para caminar a través de ellos. En la vida pública se siente normal mantenerme ausente, encerrarme en mi cómodo pensar y dejar que el resto de personas sean cuerpos de calor distante, porque estoy cómoda y segura en mi envolvimiento. Esquivo sus miradas, evado el roce de sus cuerpos. La calle se llena de personas, de ánimos que se mueven y se chocan, de motivaciones que llevan de un punto a otro, pero ninguna logra penetrar en mi coraza protectora. Estoy sola en la mitad de la gente.

Sin embargo, hoy vuelvo a la idea sabia de que nuestros cuerpos hablan por sí mismos. A veces, incluso creo que pueden tener conversaciones entre ellos.

La intimidad es algo que no podemos controlar por completo. Estamos a merced de la manera en la que funciona nuestro cuerpo y la forma en la que se comunica con otros cuerpos, y nos entendemos a nosotros mismos, en parte, a través de esta observación de los otros, a partir de un eterno revelar de la identidad. Aquellos ojos que se posan sobre nuestro cuerpo son el espectador de nuestra existencia, testigos de lo que es nuestro y lectores de nuestra propia narración.

Es por eso que nuestros ojos se desvían de tanto en tanto. Por eso que la empatía nos lleva a encontrarnos con la mirada de alguien que, quizás, también nos estaba mirando, y entonces sucede algo terriblemente interesante: nos damos cuenta de que ese alguien, también, es efectivamente alguien: una persona.

La intimidad entre dos desconocidos nace a partir del redescubrimiento de la identidad de la otra persona. De encontrarse a la vez, y desde ambos lados, con la idea de que hay una vida real detrás de ese rostro anónimo. No es ni siquiera necesaria una palabra, es un acto que se desenvuelve en silencio, y que nos obliga a transformar esa sombra distante en una historia, una identidad y una sensación. Esa persona, en silencio, nos cuenta todo lo que es. No la conocemos, es verdad, y dadas las circunstancias es posible que no vayamos a conocerla nunca. Sin embargo, no importa, pues mucho podemos conocer de nosotros mismos cada vez que sentimos alojarse esa idea del otro en nuestra mente.

Gracias a esto, he entendido lo que es sentirse masiva. Lo que es ser parte de un monstruo de almas que se mueve en direcciones contrarias y que nunca llega a ningún lado. He entendido que se me olvida siempre una parte de mí cuando estoy sola, una parte importante que sólo siento cuando me encuentro entre el ruido, la gente y la ciudad que respira hondo bajo mis pies. Esa parte, que sólo se manifiesta cuando soy pública, y que crece sin definir bien sus límites contra los demás cuerpos que encuentro entre las masas de gente, es parte de todo lo que me soporta y de todo lo que me construye. La intimidad también puede ser grande, múltiple e incómoda, y nos es de gran utilidad cuando nos sentimos poco humanos. Ella nos recuerda del quienes somos cuando nos encontramos con la idea del otro.

SHARE
sobre el autor

Manuela E. Aguirre

Bogotá - 1997. Compositora y escritora colombiana, veintiún años. Rola de nacimiento, escribe cuentos y poemas cuando se aburre de cantar. Publicó su primer cuento en la cuarta edición de ciencia ficción Mirabilia, y desde entonces se dedica a la crítica musical, la columna y la reseña. Actualmente termina sus estudios musicales y literarios en la Pontificia Universidad Javeriana.

Siguiente publicación

Deja una respuesta