Apuntes para una historia crítica del rockcito (V)

Apuntes para una historia crítica del rockcito (V)

1967 fue un año fundamental en la historia del rock mundial. En la república mexicana, sin embargo, prácticamente pasó de noche. Salvo una minoría de jóvenes que tuvo acceso a los carísimos y prácticamente inconseguibles discos de los nuevos revolucionarios de la música o a uno que otro programa de la radio en amplitud modulada, en un principio el resto siguió en la absoluta ignorancia.

Sin embargo, para 1968 las cosas fueron cambiando. A pesar de los controles y la censura gubernamentales, en los medios de comunicación escritos y electrónicos se sabía lo que estaba sucediendo en el resto del planeta: Movimientos estudiantiles en Francia y otras partes del mundo, incluidos los Estados Unidos. Una izquierda moderna que sabía seducir con propuestas liberales y democratizadoras. La sexualidad se abría. Las modas cambiaban. Los hombres se dejaban el cabello largo y las mujeres usaban la falda corta. La ideología hippie de la paz y el amor, de la armonía con la naturaleza, ganaba adeptos a pasos agigantados. Incluso en la república mexicana, cuya cerrada sociedad abría grietas por donde se colaban expresiones e ideas liberales que chocaban con lo establecido por papá gobierno.

Entonces surgieron multitud de grupos de rock diferentes. Nada que ver con los de “los grandes años del rocanrol”. El movimiento era relativamente subterráneo y la gran televisión ni siquiera los miraba. Pero ahí estaban agrupaciones –algunas llegadas del norte, otras de origen chilango– como la de Javier Bátiz, los DugDugs, Love Army, Peace and Love, Toncho Pilatos, Nahuatl y ThreeSouls in MyMind, entre muchas otras. ¿Nos encontrábamos ya a la altura del los grandes roqueros del planeta? Lamentablemente no.

Si los primeros rocanroleros nacionales imitaban a sus similares de Norteamérica, los roqueros mexicanos de la segunda mitad de la década de los sesenta hacían exactamente lo mismo: imitar, copiar, calcar… y en su mayoría lo hacían mal. Con su aparienciajipiteca, algunos llevaban el arte de la imitación a los terrenos de la excelsitud. Caso de los DugDugs. Uno podía ir a verlos a la Pista Hielo Insurgentes, al sur de la Ciudad de México, y quedarse boquiabierto ante sus exactas versiones de las canciones de los Beatles, como “El tonto de la colina”, flauta de Armando Nava incluida. Nadie los criticaba por ello. Al contrario, se les alababa. Yo mismo los miraba con ojos de admiración desde mis trece ingenuos años de edad, ahí, en la pista de hielo donde también estaba la tienda de discos importados Hip-70 y donde hoy se encuentra Plaza Inn, cerca de San Ángel. Los DugDugs eran capaces de tocar “Bouree” de Johann Sebastian Bach idéntico a como lo hacía JethroTull.

Pero no hay que ser injustos. Algunos grupos comenzaron a componer sus propios temas. Con letras de enorme pobreza lingüística (¡y casi todas en inglés!) y música demasiado parecida a la de los grandes exponentes de la psicodelia de San Francisco y la costa oeste californiana o de Londres y Liverpool, pero al menos existía un empeño por dejar de fusilarse con descaro las canciones ajenas.

(Continuará)

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sobre el autor

Hugo García Michel

De formación autodidacta, Hugo García Michel (Tlalpan, DF, 1955) conoció y aprendió el oficio del trabajo editorial en la práctica misma, cuando entró a laborar a Editorial Posada en 1979, como redactor y corrector de estilo de la revista Natura. Al poco tiempo se convirtió en Jefe de Redacción de la misma publicación y fue su Director en dos periodos diferentes: 1980-1982 y 1986-1988. En el ínterin (1982-1986), colaboró en los diarios unomásuno, La Jornada y El Periódico de México, así como en diversas revistas de todo tipo, desde culturales y de espectáculos hasta de información pesquera y de orientación al consumidor. Fue Secretario de Redacción de la revista cultural Coatlicue (editada por el ISSSTE y dirigida por el poeta Sergio Mondragón) en 1982. Colaborador durante seis años de la sección cultural de El Financiero con su columna semanal “Bajo Presupuesto” (1991-1997), desde 1994 y hasta 2008 fue director de la revista de rock La Mosca en la Pared. Dirigió y editó, asimismo, los Especiales de La Mosca (2004 a 2008), magazines monográficos dedicados a grupos y solistas específicos (Nirvana, Metallica, The Cure, Pearl Jam, Bob Dylan, Led Zeppelin, The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Kinks, Jimi Hendrix, etcetera). Es autor de los libros Más allá de Laguna Verde (Editorial Posada, 1987) –investigación periodística sobre la planta nuclear veracruzana y el movimiento político ecologista que se oponía a la misma en los años ochenta–, la novela Matar por Ángela (Editorial Sansores y Aljure, 1998, reeditada en 2015 por la editorial Lectorum), Cerca del precipicio (recopilación de diversas reseñas de discos clásicos de rock publicada por el diario El Financiero) y la novela Emiliano (Ediciones Beso francés, 2017), su primera incursión en la novelística de la revolución mexicana. También es autor de los libros de entrevistas Rock bajo palabra y Razón de la crítica impura, así como de la novela La suerte de los feos, los tres aún inéditos. Hasta agosto de 2018 colaboraba (desde enero de 2000) en Milenio Diario con las columnas “Cámara húngara” (de temas políticos) y “Gajes del orificio” (de temas musicales), además de escribir diversos artículos, sobre todo culturales, para diferentes secciones y suplementos del mismo periódico). Ex colaborado de las revistas Marvin y Este país, hoy día coordina “Acordes y desacordes”, el sitio de música de la revista Nexos, y escribe los blogs El rojo y el negro y Gajes del orificio (y otros hoyos).

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