Juan Carlos Osorio: la hecatombe necesaria
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Con el técnico colombiano, la selección nacional se ha convertido en un equipo circunstancial y sin rumbo
Tras las cuestionables participaciones en Copa Oro y Copa América durante el verano del 2015 -sumadas al bochornoso comportamiento del entonces entrenador Miguel Herrera-, la selección mexicana atravesaba un proceso de shock que le dejaba a la deriva. Con las eliminatorias mundialistas a meses de comenzar, los titulares de la prensa dinamitaban las expectativas con nombres del tamaño de Bielsa, Sampaoli y alguno más cercano, como el Tuca Ferretti. Sin embargo, la Federación respondió con una elección, al menos en el sentido mediático, ciertamente decepcionante: sin marquesina ni alfombra roja, Juan Carlos Osorio arribó al banquillo más complicado de México con una trayectoria casi desconocida: asistente técnico en el Manchester City, algunos equipos de MLS, un año exitoso en Atlético Nacional y el paso interrumpido por la liga brasileña.
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De carácter significativamente más mesurado que su antecesor, el estratega colombiano fue definido por aquellos que facilitaron su llegada como un hombre ‘’estudioso e ilustre’’ de la pelota. Y parecía avalarlo su certificado tipo A de la UEFA, valorado como el escalafón más alto en la escala de grados que otorgan las escuelas europeas de entrenadores. A pesar de lo pragmático de sus respuestas, Osorio no escatimó esfuerzos para dejar claras las prioridades tácticas de su plan de trabajo: jugadores altos y polivalentes, capaces de jugar a pierna cambiada, en función de un principio superior que terminaría por caracterizar (para bien o para mal) la doctrina estratégica del ex-Chicago Fire: las rotaciones.
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Espejismo
Desde el debut en noviembre del 2015, hasta su partido más reciente frente al equipo de Croacia, la gestión del entrenador colombiano ha sido maquillada por la apariencia que dan las estadísticas. Con porcentaje de efectividad de poco más del 70% en 27 partidos disputados, los números le sitúan como el técnico más eficiente de los últimos veinte años. Situación que se vio reflejada en la ‘’cómoda’’ clasificación mundialista que llevó a México como primer lugar en el hexagonal final de CONCACAF. Además, logró dar tres golpes de autoridad que parecían reivindicar la fortaleza nacional dentro del área: ganar como visitantes en Columbus, San Pedro Sula y Vancouver.
Pero el andar absoluto fue menos prolífico. A cargo de Osorio, las derrotas de la selección mexicana se han reducido; sin embargo, esas pocas resultaron estrepitosas. Puntualmente, las goleadas escandalosas frente a Chile y Alemania aterrizaron a México en una realidad futbolística dolorosa. Lo que en principio parecía una serie de eventos desafortunados en los cuartos de final de la Copa América Centenario contra el equipo andino, terminó por confirmarse como un grupo de falenciascontundentes cuando enfrentaron al equipo de Joachim Löw: la falta de sistema y estilo de juego característico.
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Una problemática que terminó por exhibirse con Juan Carlos Osorio, pero que el equipo nacional viene arrastrando prácticamente desde que Ricardo Lavolpe dirigía a México: más allá de la formación que plantea cada seleccionador, la improvisación parece ser el determinante de la identidad táctica del equipo. Un caos que resuelve algunos partidos, gracias a destellos individuales, pero que generalmente termina en catástrofe cuando se enfrenta a equipos más equilibrados, conscientes de sus formas.
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Mal augurio
Después del sorteo del último diciembre, resulta difícil imaginar otras suertes tan tenebrosas para un combinado que llega con más certezas emocionales que deportivas: debutar contra Alemania –vigente monarca y verdugo reciente-, llegar con la obligación de imponerse a los siempre disciplinados surcoreanos, y poner en disputa la supervivencia frente a la durísima Suecia con todo y el posible regreso de Zlatan a la casaca de su selección. Haciendo uso de registros y referencias históricas, clasificar a octavos no sería tarea imposible; sin embargo, voltear de reojo al cruce y aludir a la lógica sería dañino para las aspiraciones si se tiene la renovada Brasil de Neymar como frontera antes del quinto partido…
En la realidad de nuestros deseos llenos de memorias tristes, enfrentar al equipo de Tite y partir de Rusia como una escuadra por lo menos competitiva, parece ser el final decoroso al que podría aspirar la mayoría de los integrantes de la familia futbol en México. Aquí serviría cuestionar si vale la pena reiniciar el círculo vicioso: la novela de las esperanzas con nuevos protagonistas para los próximos cuatro años, el cachondeo de la búsqueda de un nuevo entrenador y la falta de auto-crítica para resolver el problema de raíz.
O no…
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Tal vez (y sólo tal vez) lo mejor sería otro disparate del entrenador colombiano: desbaratar una vez más a la llamada generación dorada del futbol mexicano, desde cambiar de portero en cada partido, mutar de línea de cinco a línea de cuatro sin razón aparente, y hasta dejar en la banca a Carlos Vela y a Hirving Lozano por mero capricho. Todo, en el afán de caer en tres strikes sin llegar siquiera al vaticinado encuentro frente a los verdeamarelas.
Vendría mejor dejar Moscú lo más pronto posible para que hinchada y jugadores abandonen también su papel como los únicos mártires de nuestra apasionante pero poco fructuosa historia con los mundiales.
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Tal vez (y sólo tal vez) sea momento de culpar a los de pantalón largo por anteponer lo económico sobre lo deportivo y aquellas medidas derivadas: partidos intrascendentes en Estados Unidos, el papel privilegiado del jugador extranjero en relación al nacional, el empleo excesivo del combinado mexicano como marca comercial y el abuso laboral que representa el régimen de transferencias al final de cada temporada.
Tal vez (y sólo tal vez) necesitamos un último episodio trágico para mirar hacia Catar con ojos genuinamente optimistas. Un último episodio escrito y dirigido por Juan Carlos Osorio.
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