Entrevista al escritor Arcadio Del Lago
Conocí a Arcadio de una manera inusual: en el piso de un aeropuerto. Ambos regresábamos a México. ¿Por qué en el piso? Por la mala suerte en ese momento. Compartimos suelo varias noches. Él es diurno, así se autodefine, dice que las ideas le son más claras a esas horas. Por lo tanto, la entrevista se pactó a las 7:30am. Le telefoneé y tras el auricular, la voz alegre y parsimoniosa, se hizo presente.
J.A: ¿Qué seríamos sin la imaginación?
Arcadio: Políticos o dictadores. ¿Por qué lo digo?, pues porque gracias a la imaginación podemos ver o pensar cosas que no han pasado, que podrían mejorar, que no existen o que no deberían acontecer. Gracias a la falta de imaginación se han cometido hechos lamentables, atroces e inhumanos. Me viene a la mente un caso en particular: Adolf Eichmann, un alto mando de las SS (Schutzstaffel). Quien se encargó de la deportación de miles de judíos a los campos de concentración. La filósofa Hannah Arendt quiso presenciar el juicio, hecho en Israel, a uno de los nazis más buscados. Le interesaba ver cómo pensaba y funcionaba la mente de un genocida, y cuál fue la sorpresa, que el tipo era ni más ni menos que un burócrata, un firma papeles, un tipo que no veía más allá de sus narices. Obviamente, y en mucho sentido, una mente sin imaginación. Lamentable, ¿no?
J.A: Claro, ¿se podría decir que la imaginación ayudó a nuestra evolución como especie?
Arcadio: Por supuesto, digo, no soy científico, pero siempre he imaginado que si los primeros hombres no se hubieran preguntado: ¿qué habrá después de aquella montaña?, ¿qué son esas luces rutilantes en el cielo?, ¿y si ahora nos aventuramos por el mar?, ¿para qué más servirá el fuego? Sin dudarlo no seríamos lo que somos ahora. No debemos renunciar al derecho de pensar e imaginar.
J.A: Algo que me interesa es el silencio, es una necesidad grande, pero también, hoy en día, es un lujo y la mayor parte del tiempo pareciera que huimos de él…
Arcadio: Nos da pavor estar solos y más en silencio. El ruido nos acompaña todos los días, es inevitable si vives en la ciudad; pero se me hace lamentable que aun cuando podemos prescindir del él, no lo hacemos. Llegamos a la casa y encendemos la televisión, aunque no la veamos, el chiste es que haga ruido. Hay un documental hermoso llamado En el Gran Silencio, donde por vez única se abren las puertas de un monasterio de la Orden de los Cartujos. La cámara, muy al estilo del Cinema Verité, se vuelve parte de la vida que ahí acontece, como una mosca más en el aire. Aquellos monjes, son únicos por una sola razón: viven en silencio. Sólo pueden hablar una vez al año, cuando es la fiesta de su orden. En la música es muy claro, hay sonidos y silencios, en una partitura ambos se escriben, es decir, tienen signos que los distinguen entre sí; no es más importante una nota que un silencio, los dos son parte esencial de la música. Hay que reaprender a escuchar, porque sólo callando se puede entender al otro, porque sólo en silencio podemos escucharnos a nosotros mismos, porque sin silencio no hay reflexión y sin reflexión, se cometen actos estúpidos.
J.A: Existen oficios, que se hacen en silencio y a solas, de hecho, tú practicas uno de esos, ¿qué significado tiene la soledad para ti?
Arcadio: Muchas veces siento que la soledad es para mí un acto de rebeldía. Me empacho fácil de la humanidad. Imagino que por azares de la casualidad soy raptado por seres de otras galaxias. Y aquellas criaturas, por más amigables, sienten demasiada curiosidad por mi origen; así que empiezan a preguntarme sobre mi planeta y por supuesto, mi especie. Yo les cuento que es un lugar hermoso, dibujado por paisajes naturales prodigiosos, animales maravillosos, así como historias fascinantes sobre la humanidad. Hasta llegar a las preguntas más incómodas: ¿han de ser muy cuidadosos con todas esas riquezas?, ¿sería inconcebible que las destruyeran o que fuesen unos irresponsables? Lo que quiero decir con esto, es que muchas veces me aíslo para desintoxicarme por toda la inmundicia. Soy solitario por naturaleza. Tuve una infancia maravillosa donde jugaba todas las tardes, trepaba árboles, imaginaba que estaba en una guerra, así que era obligatorio arrastrarse, cargar cantimplora y un walkie-talkie, y si llovía, mejor, así era más real. Y todo esto lo hacía solo. Por eso estoy acostumbrado a aguantarme. He aprendido a conocerme. La soledad no es sinónimo de lástima, así nos han educado, a rehuirle a todo lo que nos haga ser diferentes. Y claro, el oficio de escritor es un acto solitario, pero también lo es la lectura. De niño fui un buen lector, en la adolescencia casi no lo hice y ya en la juventud y adultez, la lectura es de primerísima necesidad. Me gusta pensar que soy asaltado por los libros, yo no los escojo, ellos me eligen. Cuando me pilla un libro no lo suelto hasta devorarlo. El escribir es diferente, sino no lo hago, mis pensamientos son turbios; el hacerlo me aclara las ideas y me mantiene lúcido. Podría decirse que es mi pastilla diaria para no perder el juicio, la imaginación o la memoria.
J.A: Paradójicamente terminaste con la palabra clave para mi siguiente pregunta, ¿no es la memoria lo que nos hace ser nosotros, no es verdad que sin la memoria todo estaría perdido?
Arcadio: Eterna e inconscientemente evanescente. Eduardo Galeano, decía que estamos hechos de historias. En parte es verdad, pero hay algo que las sustenta y que, sin ella, esas historias no serían más que polvo. Y eso es la memoria. Gracias a ella los relatos pueden existir, por lo tanto, estamos hechos de memorias. Las mejores obras de arte, independientemente de su dominio excelso de la técnica y belleza superlativa, trabajan con la memoria. Verbigracia: todos nos acordamos del Quijote, de Madame Bovary, el Guernica, la 9º sinfonía de Beethoven, de Naranja Mecánica, etc, etc, etc. De malas películas, novelas, o libros ni nos acordamos; se diluyen en los terrenos del olvido. Pero también es importante aprender a olvidar, recordemos que Funes El Memorioso no podía olvidar.
J.A: ¿Qué pasa por la mente de Arcadio Del Lago en estos días?
Arcadio: Pienso en el Japón. En que la vida es como un haikú: corto, bello y poderoso. En que debería por lo menos una vez dormir en el piso como japonés. Y en el color blanco, no sé por qué.