El Idiota

El Idiota

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Ciertas mariposas del África septentrional, muchas del tamaño de una cabeza humana, son capaces de imitar los rostros de ciertos depredadores con sólo juntar sus alas; a veces, incluso han desarrollado la habilidad de llevar a sus depredadores a una trampa mortal e inteligente.

Las fauces de un depredador más grande y feroz. La cadena alimenticia es amoral y por lo tanto inocente y libre.
Estas mariposas del África septentrional pueden posarse en un árbol e imitar un amorfo rostro humano o un sangrante corazón aún palpitando.

La noche anterior, Ian había recordado, entre el xanax, la cocaína y el scotch, una mariposa posando en un árbol mientras observaba las flores creadas por diversos artistas en las ramas de una exposición de diseño. El animal llevaba puesto un vestido negro de falda corta y tirantes, el cual había sido manufacturado por ella misma; un vestido entallado que tenía tejidas alas en su espalda.

Amorfos rostros humanos, como todo rostro humano, amorfos rostros humanos.

No es que esto fuera de gran importancia, sin embargo para un poeta el recuerdo asfixia cuando se mezcla con sustancias robadas a ancianos y que coquetean con la tristeza, la epilepsia, la inutilidad de la fama ante la certeza de la muerte; un rompecabezas que termina con la nada.

Así, desnudo y casi tieso, Ian camina cual estatua de mármol hacia el otro lado de la habitación de su interpretación; con ese pesado movimiento que provoca el vacío y esa entidad que nos atrevemos
a llamar vida.

Ian se hinca, toma un viejo disco de acetato de su colección, se pone de pie, con la sangre que se derrama desde su pecho, carente ya de corazón palpitante, sobre la alfombra persa que le había sido otorgada por algún anciano que le dijo: “Todo Rockstar debe tener una alfombra persa…” mientras Ian lo distraía con dicha conversación y poder robar el fenobarbital, la paroxetina o lo que fuera que tenía a la mano.

Imaginamos a aquella figura mítica del Rockstar, extinta ya por la llegada del nuevo milenio y su falta de neurosis, y nos cuesta trabajo creer que Ian trabajaba en un asilo de ancianos para ganarse la vida, robando medicamentos psiquiátricos y escribiendo poemas cobre los cadáveres de aquellos que habían terminado su rompecabezas.

El Rockstar coloca el acetato suavemente bajo la aguja de aquel aparato que hoy día ya sólo se ve en museos, manicomios o habitaciones interpretadas: un viejo álbum de Iggy Pop…

 

“Calling sister midnight, you’ve got me reaching the moon, you’ve got me playing the fool…”

 

La paráfrasis de lo escuchado radica en la inerte aunque poderosa voz de Iggy: se convierte en una idea tras ser elaborado por la electricidad que corre de neurona a neurona. No somos más que eso, sólo somos sinapsis, ilusiones del ser, no menos ilusas que pensar que Iggy Pop realmente estaba ahí en su habitación interpretada cantando o en el acetato…

No menos iluso que pensar que tú realmente estás leyendo esto.

Ian enciende un cigarrillo, busca restos de cerveza de la noche previa en los fondos de las botellas y toma un par de píldoras de oxycodin. Su arte sólo deja miradas perdidas de gente que ilusamente, ilusoriamente lo observa; gente que lo interpreta en sus propias habitaciones a través de discos de acetato como un Rockstar que debe tener una alfombra persa, viajar por el mundo y tener su corazón bien colocado en el pecho, ahí, donde no pueda llegar ninguna groupie.

 

“Calling sister midnight, I had a dream last night, you know I am an idiot for you…”

 

Realidad ilusa, idiota interpretación que amanece llamando a la media noche como si a esta le importara un carajo.

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“Lo que tú interpretas como una carga de sonidos fuertes y
ruido; palabras y voces sin sentido y colores y formas
destrozadas, es en realidad muchas veces la obra de un
genio. No conozco a Johny Rotten, y aún así estoy seguro de
que pone tanto sudor y sangre en lo que hace como lo hago
yo o lo hizo el mismo Sigmund Freud…”
Iggy Pop.

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Amorfos rostros humanos, como todo rostro humano, amorfos rostros humanos…

En la cama, únicamente cubierto por sábanas mojadas, Ian voltea hacia la ventana. El fenómeno óptico de un hermoso atardecer era creado a pinceladas por aquella entidad a la que nos atrevemos a llamar universo, en ese lienzo al que nos atrevemos a llamar cielo.

Escarlatas, púrpuras y exhalaciones doradas como humo, flotantes y encañadas, cantaban junto a las aves que despertaban de una pesadilla en la cual un depredador volaba fuera de una ventana llevándose consigo corazones sangrando y todavía palpitando en un cofre.

Ian, solo en su habitación interpretada, respira profundamente el aire tenue de una realidad mundana.

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El televisor está encendido, en el mismo mueble donde se ubica la repisa el aparato sonoro del siglo XX; uno de esos televisores que parecen cajas, también ya sólo vistos hoy día en museos, manicomios o habitaciones interpretadas.

La caja muestra la imagen de los primeros 1000 pulsares del primer pulsar descubierto por la NASA en 1979; un documental de astrofísica; Ian relaciona inmediatamente esto con su epilepsia, su depresión y su estupidez: “pulsar idiota”, piensa…

Toma el control remoto y cambia de canal una y otra vez sin buscar una imagen en particular: ilusiones digitales, interpretaciones como sus pensamientos, la habitación o la piel que la noche anterior fue suya.

Todo cambia como todo lo que existe y carece de voluntad.

¿Qué tan iluso es esto que llamamos realidad?

Él está interpretando un papel para aquellos que lo ven a través del televisor del siglo XX.

La voz que ayer rugía viva hoy amanece muerta.

Sinapsis. Ilusiones del ser, no menos ilusas que pensar que Iggy Pop realmente estaba ahí cantando, o en el acetato…

O que tú realmente estás leyendo esto…

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Ian observa la ventana, es media noche, su mirada está muerta; no hay fenómeno óptico, es aquello su reflejo en el espejo lo que busca y al mismo tiempo lo que no encuentra…

Y tampoco interpreta.

Tampoco encuentra nada fuera de su habitación, su manicomio; su museo de desvelos, lágrimas y suspiros.

Lo que encuentra es el cable del televisor conectado en la pared cargando electricidad que corre a través de las fibras formando sinapsis y formando realidades, ¿O no?

Ilusiones del ser, no menos ilusas que pensar que realmente él está ahí o Iggy Pop en el acetato cantando, o que tú realmente estás leyendo esto…

Al desconectarlo se forma una pieza, la de su propio rompecabezas.

En la transmisión, y los miles de pulsares que causan las sinapsis que crean esta ilusoria realidad es que existen la vida, el cielo y la muerte; en esta realidad que puede resumirse en un respiro, en un gemido y el iluso poema de un idiota.

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Si te llamo, nado en un vaso vacío,
Si te busco, dejo ver mi más profundo sufrir,
Si por fin te encuentro, realmente no estás…
Está tu fantasma al fondo de la calle que con tu recuerdo
ahogas e incendias,
Y tu fuego todavía en el humo de una bocanada…
Me aferro al fuego mas no abrazo la flama, me hundo en la flama y
apenas me acerco a su luz,
Trato de beber su luz pero sólo es el brillo vacío y opaco de tu voz,
Trato de abrazar ese pálido reflejo de tu voz y sólo encuentro aún
más pálido un eco,
Y al asir el eco sólo encuentro mi propia voz…
Mi rostro amorfo reflejado en mi espejo…

[/vc_column_text][/vc_column_inner][vc_column_inner width=”1/3″][/vc_column_inner][/vc_row_inner][vc_empty_space height=”40px”][vc_column_text]Desnudo, tieso cual estatua de mármol, con ese pesado movimiento que provoca el vacío y esa entidad que nos atrevemosa llamar muerte, Ian levanta el televisor y lo coloca en la ventana ignorando qué es lo que la pantalla proyecta pero está seguro que es una nada…

Con el cable del televisor atado a su cuello, nuestro idiota poeta observa por última vez los supuestos cielos grises, elegantes y decadentes de todos los ingleses y lo arroja por la ventana.

Muere instantáneamente.

No son la muerte, ni los cielos, ni los corazones devorados los que se interpretan, es la NADA.

Horas más tarde llegan los paramédicos y la policía; encuentran en la habitación que ahora es sólo un lugar, aquello que los corderos se atreven a llamar locura en un cuerpo sin vida.

La aguja seguía colocada sobre el acetato y el disco continuaba girando, rayado, se repetía una frase una y otra y otra y otra y otra vez…[/vc_column_text][vc_empty_space height=”40px”][qodef_single_image enable_image_shadow=”no” image=”13022″ image_size=”Full”][vc_empty_space height=”40px”][vc_column_text]Ilusiones del ser, no menos ilusas que pensar que Iggy Pop seguía ahí cantando…

 

“Before you go do me a favor, give me the number of a girl almost like you…”.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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sobre el autor

Xavier Bankimaro

Periodista, escritor y filósofo, y poeta.

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