Meditaciones sobre la intimidad – V: El juego sexual
Cuerpos con sabor a sal y a sudor caliente. Húmedos, con las mejillas rojas, con las bocas abiertas, con los dedos de los pies recogidos. Cuerpos en movimiento rítmico, dependiente, con la piel erizada, con los músculos temblorosos; cuerpos bañados en exhalaciones, gritos, palabras desarticuladas, con los ojos cerrados, con el tiempo cruzado y desatendido. Cuerpos bellos que huelen a sexo.
Sólo en la intensa y sutil búsqueda del otro, en aquella muda y desesperada persecución, me encuentro con la agonía de mi cuerpo que se estremece ante la idea de alcanzar aquello que colma mi deseo. En el pequeño y efímero instante que ocupa ese acercamiento es donde vive uno de los tipos más genuinos de intimidad. Está en las miradas, en el ligero roce de una mano, en el contacto que nos obliga a cerrar los ojos y a morder los labios, porque el querer es tanto, la distancia es tanta, que a veces sentimos que nos vamos a partir en dos.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a este deshabitado ocio de mi carne
que apenas sí tu sombra se delata,
que apenas sí eres cierta
en esta oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.
La espera (fragmento) – Caballero Bonald
Es esa sensación inconfundible de espera y de ansiedad, de querer alcanzarle cada vez más y rozarle siquiera con la punta de los dedos. Los poetas la conocen, infinita cantidad de versos se han escrito sobre la distancia entre dos personas y sobre el gusto amargo que implica el recorrerla y acercarse, sobre sentir aquel ser tan lejano, tan incontenible, y la nerviosa gana de contenerlo. El placer erótico es así, es difícil y de gusto amargo, indiscutiblemente diferente al placer sexual. Este es directo, concreto, afable. El erotismo es un placer mucho más complejo. Solamente se encuentra en el pequeño dolor que implica perseguir algo que se nos escapa de las manos.
Alguien entra en silencio y me abandona. Ahora la soledad no está sola. Tú hablas como la noche. Te anuncias como la sed.
Encuentro – Alejandra Pizarnik
Esta amargura es la muestra de lo profundamente enraizados que están el placer y el dolor: nuestro cuerpo reacciona a ambos de la misma curiosa manera, nos induce a la reacción automática, a la obediencia involuntaria. Se nos hace imposible controlar por completo la manera en la que reaccionamos ante un estímulo placentero o doloroso, incluso, el deseo de continuar o de escaparnos, de sumergir un poco más los pies en el agua tibia, de retirar con prisa los dedos del fuego. Perdemos el control por instantes, nos dejamos llevar en el efímero momento. Se me hace imposible, después, huir de mi propio deseo, de aquello que dicta a mi cuerpo sus leyes y me vence sin siquiera dejarme luchar.
Árdeme, árdeme. Cólmeme tu dulzura. Báñeme tu saliva el paladar. Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed quemándome. Con esta sed quemándome. La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.
Oración (fragmento) – Juan Gelmán
Hay un perseguidor y un perseguido, una búsqueda a través del espacio que los separa, la intimidad se encuentra con nosotros en el momento en el que el duro placer del anhelo nos doblega y nos obliga a adentrarnos un poco más en esa distancia que nos hace tanto daño. Ahí me encuentro con la pérdida de mi misma por un instante, y esta misma pérdida muta hacia el sexo de la manera más curiosa. En el acto es dónde más nos perdemos.
Cuando hay otra persona capaz de tocar nuestras fibras más sensibles, de hacernos temblar, de hacernos gritar, de controlar por unos minutos nuestras reacciones, cuando se está en este dichoso momento en el que los ojos se pierden y la mirada se nubla, nos vemos a merced del otro. Perdemos el control y nos entregamos, nos extraviamos, nos regamos. Somos incapaces, por un instante, de pensar, de existir, de solventar ese deseo sin aquel cuerpo y nos volvemos vulnerables a su voluntad.
Esta incapacidad de decidir nos asusta. Quizás por eso nos asusta tener sexo con personas que no conocemos. Quizás por eso no excita y nos llama la idea al mismo tiempo. Todo por encontrar ese fervor que inspira lo sagrado.
Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo
Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:
Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
Y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar
lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado
No soy malvado trato de enamorarte
intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un río que teme al mar,
pero siempre muere en él.
Casi obsceno – Raúl Gomez Jattin
El sexo, en todos los casos, fuera de las emociones y de los vínculos románticos, es la muestra más pura del cariño físico y del culto a nuestro cuerpo, de la dicha del placer y del arte de dejarnos llevar por las sensaciones, es la generosidad del cuerpo porque sí, es la celebración del placer por el placer. Así, la intimidad está en confiarnos a nosotros mismos por unos minutos a la voluntad del otro. A entregarnos o recibir aquello que nos contiene, aquello que somos, el medio por el cual sentimos.
Pienso en tu sexo. Simplificado el corazón, pienso en tu sexo, ante el hijar maduro del día. Palpo el botón de dicha, está en sazón. Y muere un sentimiento antiguo degenerado en seso.
Pienso en tu sexo, surco más prolífico y armonioso que el vientre de la sombra, aunque la muerte concibe y pare de Dios mismo. Oh Conciencia, pienso, si, en el bruto libre que goza donde quiere, donde puede.
Oh escándalo de miel de los crepúsculos. Oh estruendo mudo.
¡Odumodneurtse!
Poema XIII – César Vallejo