Tiempo de sirenas
Esto es Monterrey. Cada día es más frecuente escuchar el ulular de las sirenas. Patrullas y ambulancias, con las luces huidizas de sus torretas, atraviesan la metrópoli. No quiero hablar de muerte, ni de políticas ineficaces de combate al narcotráfico, ni de hipocresía ante la falta de valor y estrategia para legalizar las drogas.
Prefiero hablar del tiempo y de las otras sirenas, a instancias de un compañero de andanzas en París. Como en aquellos días de ocio sobre el Pont-des-Arts donde contemplábamos extasiados a las mujeres bellas que cruzaban ese tramo —a las feas también, lo confieso—. No es evasión, es apenas un ejercicio mental, una leve meditación. En primer lugar, pensar en el tiempo no significa necesariamente perder el tiempo. En segundo, es casi imposible decir algo original después de lo escrito por filósofos como San Agustín, Bergson y Heidegger o físicos como Reichenbach.
De tanto escuchar las interesantes explicaciones sobre el espacio y el tiempo, estas se vuelven lugares comunes. Ya no hace falta que nos expliquen las propiedades de la flecha del tiempo, por ejemplo, que viaja del pasado hacia el presente y se dirige al futuro. Quien no haya leído las Confesiones de San Agustín, puede darse una idea de su concepción del tiempo leyendo la inscripción de una de nuestras monedas de veinte pesos, donde un verso de Octavio Paz expresa: “Todo es presencia, todos los siglos son este Presente”.
Claro, San Agustín privilegia el presente, que está dejando de ser, pues el pasado ya desapareció y el futuro todavía no es. Desde el aquí y el ahora evoca los otros tiempos. En realidad deberíamos hablar de tiempo presente-pasado, presente-presente y presente-futuro. A los que corresponden facultades del alma, diría el Obispo de Hipona con su talento de psicólogo: la memoria o el recuerdo, la concentración y la esperanza.
Entonces, Octavio Paz tiene razón —poética— al exclamar: “Porque ayer y mañana no existen: todo es hoy, todo está aquí, presente. Lo que pasó, está pasando todavía”. Ya Aristóteles había observado hace siglos que el tiempo matemático no siempre corresponde al tiempo psicológico, luego de habernos explicado el tiempo como la sucesión o el recorrido en la división del espacio.
Ante la imposibilidad de pasar revista exhaustiva a los grandes teóricos del tiempo, debido a una suerte de fatiga metafísica, prefiero invocar la metáfora que utiliza un novelista japonés. Yasunari Kawabata en su novela Lo bello y lo triste nos propone lo siguiente: “El tiempo pasó. Pero el tiempo se divide en muchas corrientes. Como un río hay una corriente central rápida en algunos sectores y lenta, hasta inmóvil, en otros. El tiempo cósmico es igual para todos, pero el tiempo humano difiere con cada persona. El tiempo corre de la misma manera para todos los seres humanos; pero todo ser humano flota de distinta manera en el tiempo”.
Voilà! El río como imagen del tiempo: hace miles de años lo dijo Heráclito: “No nos bañamos dos veces en el mismo río”. La novedad de Kawabata radica en diferenciar las velocidades o las maneras de flotar en la misma agua, en el flujo común a todos.
Así sucede que mientras las autoridades de Monterrey combaten el crimen organizado, nosotros divagamos, elucubramos, con disquisiciones más parecidas a disputas bizantinas que a argumentaciones científicas. Empero no todo es tarea de la autoridad. ¿Cómo puede colaborar el ciudadano común en la consecución de la seguridad en su ciudad? Eso se los dejo de tarea.
Mientras no haya balazos frente a mi casa, podemos seguir con nuestras reflexiones —creo que esta negligencia no me llevará a nada bueno—. Escucho en la televisión el ulular de las sirenas. ¿Por qué llamamos sirena a esa frecuencia de sonido? El sonido de alarma, sin duda, de alerta. No hace falta consultar el bestiario medieval de Oxford para constatar que la sirena es un ser híbrido: mitad mujer, mitad pez. La lotería mexicana ha consagrado está imagen en una de sus cartas: —¡Oh la chichona! ¡Buenas!
No obstante, señalamos que hay quien sostiene que las sirenas en realidad eran una especie de aves, de ahí que produjesen un canto bello que embaucaba a los marineros. Vaya, ni siquiera Ulises pudo resistir la tentación de disfrutarlo. De ahí su estrategia: colocar tapones de cera en los oídos de sus marineros, mientras él permanecía atado al mástil escuchando el legendario canto de esos seres mitológicos.
Todavía en los manuales de zoología del siglo XVI aparecen ricamente ilustrados seres híbridos, es decir posibilidades concebidas con la recombinación de elementos conocidos de otros seres. A mí no me molesta pensar en estos, al contrario, mi fantasía trabaja bien con ellos. Reconozco que soy más lascivo que erótico: —¡Oh, hacerle el amor a una sirena! De todos modos, siempre he dicho que para que una mujer me atraiga fuertemente, debe tener una cara hermosa y bellos senos, eso es lo principal para mí.
Ah, recordemos que Kafka dice en sus Meditaciones que las sirenas tienen un arma más peligrosa que su canto: esto es, su silencio. También recordemos que la sociedad civil y el gobierno flotan en el mismo río y aquí sí tienen que ir al mismo ritmo, la palabra justa es simultaneidad.