Capítulo 4

Capítulo 4

Mi asistencia al colegio fue sólo un pretexto, siempre supe que papá tuvo razones mucho menos coloquiales que lo hicieron oponerse a que pudiera acompañarlo a la ciudad al separarse de mamá. Mencionar que, además de las clases, debía de quedarme a cuidar de la casa no fue más que el resultado de una simple convención, tan absurda como todas las que él mismo detestaba.

Sobrevivir a su presencia y su partida ponía en claro que mamá no era del tipo de mujer que buscaba quién pudiera protegerla, y papá se encontraba consciente de ello. Más de una vez tuvo ocasión de comprobarlo desde el día en que dijo adiós a las calles de Georgia, dejando atrás a parientes y una vida para unirse a la chica de Portland que había conocido en un baile una noche de abril.

El amor fue su más grande compromiso desde el día en que decidieron unir a sus vidas, y el amor fue el que también los convenció de no poder ya estarlo más.

—Tienes mi fuerza y el cerebro de mamá —solía decirme cuando dábamos a Foster un paseo bajo las copas de los árboles del parque—, por eso es que eres tan brillante.

Aún imagino que si hubiesen sido inversos los factores de mi herencia, hubiera visto reducida a mi persona a alguna mala imitación que habría dejado a todos poco satisfechos, incluyéndome a mí mismo; pero hasta hoy, al observar el origen que tienen mis rasgos, conductas y gestos, reconozco con placer a la imagen que muestra el espejo.

Papá sabía cuánto amaba a mi pueblo desde aquellos viejos días; sus bosques, sus lagos, la tranquila indiferencia que mostraba a todo aquello que era ajeno a mi ritmo de vida.

A veces pienso que también era consciente de las cosas que había en mi persona y que yo aún no descubría, que sabía que a mi historia le haría falta la enseñanza que tan solo podría recibir al vivir el final de mi infancia al abrigo de aquel apartado lugar entre copas de pinos y lagos.

Sabía que el ruido de contrastes y el bullicio de constantes relativas que inundaba a la ciudad provocarían algún efecto que haría distraer mi atención de lo que era en verdad importante.

Sabía que amaba internarme en el bosque en las noches de luna vistiendo uniforme de scout, imaginando que podía ser Judy Garland tras el rastro de unas lozas amarillas que me harían descubrir el camino de vuelta a mi hogar; y para hacer que mamá se quedara tranquila, dejaba que Foster viniera conmigo jugando a ser Toto y le hiciera a mis pasos de guía.

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sobre el autor

Santiago de Arena

Ciudad de México, 1976. Escritor, dramaturgo, actor, editor, director de escena, locutor, conferencista y promotor cultural. Miembro de la Fundación para las Letras Mexicanas, la Enciclopedia de la Literatura en México, la Fundación para el Liderazgo e Innovación Estratégica, la Academia Literaria de la Ciudad de México y la Sociedad Iberoamericana de Escritores. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana. Se ha desempeñado en el terreno de la docencia, la dirección y la crítica teatral, la actuación y la coordinación de talleres de formación artística y promoción cultural. Ha participado en diversos montajes escénicos, cortometrajes y presentaciones de literatura en voz alta y de atril. Es autor de aforismos, poesía, ensayo, artículos periodísticos, piezas teatrales y obras narrativas. Entre sus publicaciones destacan la novela La corona de Raquel y la pieza de teatro Después de la lluvia.

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