La Huella en el Cemento de Sofía Viola
Por supuesto que existe el amor a primera oída. Lo experimenté en mis ya lejanas etapas púberes. Afloraba de una manera natural y me engullía una efervescencia propia del enamoramiento. Ahora, a un paso de los cuarenta, me cuesta cada vez más trabajo encontrar esa fascinación alocada y desbordada en los acordes y las melodías; y sin embargo, de vez en vez, me sigo topando con gratas sorpresas.
Exactamente hace 6 años, en un noviembre frío, una canción me estrujaba lentamente el corazón. Era El Vals de la muerte, un hermoso tema gozoso y triste al mismo tiempo, que me hizo caer rendido a los pies de una joven de 23 años cuya lengua es albergue de poesía; cántaro artesanal que vierte agua clara, gotas de música, el sereno fresco de la mañana. Esto lo escribí entonces y hoy lo reafirmo al escuchar una y otra vez –como un adicto, un enamorado- La Huella En El Cemento (Los Años Luz Discos, 2018) de Sofía Viola.
Y es que, de nueva cuenta, Sofía encuentra la manera de hacer canciones cuya sensibilidad es capaz de abrazar el alma. Dejando atrás la austeridad de los discos Munanakunanchej en el Camino Kurmi (2010) y Parmi (2009), esta Huella en el cemento es una muestra redonda y contundente de la madurez adquirida en el camino. Con una ejecución y arreglos impecables, la instrumentación –a cargo del Combo Ají, que incluye al excelente trompetista Horacio “Pollo” Viola, padre de Sofía- arropa el genio de una mujer cuya voz destella garbo y fiesta, fortaleza profunda y tersa suavidad que se desgarra.
El tema inicial que da nombre al disco es la piedra de toque. Un punteo de contrabajo salpicado de danzón es el preámbulo de una excelsa pieza de suave cadencia que navega en las aguas neblinosas del jazz y transporta al instante a la media luz de un bar solitario; al blanco y negro de las viejas películas de la niñez.
Después, en Ahorita, un bossa nova se esparce como tibia y placentera brisa de mar, un arrullo exquisito de tranquilidad que hace cerrar los ojos y dejarse mecer por el calmo oleaje orquestado por la voz de Sofía.
Pero es en Suposición del temporal donde surge en todo su esplendor el rostro nativo de la América Del Sur que tan bellamente plasma esta cantautora: Hay flautas que suenan a aldea, tambores de un dejo primitivo que se van transformando en batucada, en grito de guerra y paradójicamente en esperanza, valle y montaña. Y finalmente la preocupación por la tormenta venidera deviene en fiesta en clave de cumbia andina; y no hablo del ritmo caricaturizado que tanto ha difundido el internet con sorna; sino del ritmo orgulloso de saberse sureño; un ritmo que tiene poesía, que dignifica y contagia y hace que el cuerpo se mueva.
“Y yo aquí, pensando en el blues…” canta melancólicamente Sofía en La Noche deja el pañal; y es que este tema es precisamente eso: una perfecta pieza de blues y jazz donde la trompeta magistral de Horacio Viola cobra un protagonismo catártico. Simplemente una joya.
Y juguetona, Sofía de nueva cuenta gira hacia la cumbia en La Pitanga, un hibrido entre cumbia tradicional, villera y Chicha; y lo hace tan bien que logra un tema que suda arrabal, pero también destella porte y elegancia; sabrosura genuina que de nuevo electriza los pies y hace bailar con esa mezcla que remite lo mismo a la Sonora Santanera o Los Destellos, que a Bersuit Vergarabat o Los Auténticos Decadentes.
Un ritmo Funky, el órgano y el wah-wah de la guitarra arropan a Manolo, una canción que habla de un personaje renegado y socarrón que sale de un problema para meterse en otro. “Manolo, tipo travieso” repite el coro pegajoso y asoma el ensamble de vientos, preciso, grasoso, sumamente setentero. Mención aparte merece el solo de trompeta con sordina del Pollo Viola: un verdadero manjar para los oídos.
Ferrocónyuge viday es un tema que encierra un aire rural y con guitarra y tambor, Sofía muestra la raíz; su voz resuena grave y fuerte, y pinta el quehacer diario del trabajador de una planta eléctrica.
En Straqualursi, un crescendo que desemboca en una frase ininteligible (¿es italiano?) y una carcajada esquizofrénica, son el inicio de una canción donde la voz rasposa de Sofía va detallando las penurias y sinsabores de la agobiante rutina de un hombre corriente. Remarcando la erre, como un payaso de ópera cuya risa muta a llanto, el canto de Sofía embruja.
El folclor andino aparece de nuevo en Gaspar al Mar, una trágica historia de amor, cuya belleza reside en la dulzura y pícara inocencia del inicio del tema y su contraste con el horrible desenlace del relato. Con quenas, zampoñas, tambores y charango, Sofía y el combo Ají logran crear imágenes poéticas, como una película contenida en escasos 2 minutos y 28 segundos. Un tema hermoso por donde se le oiga.
La penúltima canción del disco, Vea Vea, es la celebración del espíritu libre de la autora; una cumbia caribeña sin prejuicios que destella el júbilo de asumirse vagabunda y sin ataduras, enlaza un ritmo desinhibido con la alegría de vivir en el camino.
El disco cierra con Amor Platónico, una canción que ya había aparecido en Parmi y que es un lamento adolescente por el amor idealizado. Destaca en esta nueva versión el espíritu pop de la instrumentación y sus guiños a Penny Lane y Octupus Garden de los Beatles.
Y justo al terminar el último track me doy cuenta que lo que acabo de escuchar es un disco con vocación de clásico y que independientemente de la repercusión que un álbum tan de altos vuelos como este pudiera tener o no en un público de masas, esta huella en el cemento es ya un triunfo en sí, al ser un trabajo sólido y bellamente armado, con un profundo amor por la música como eje central. Definitivamente un ave rara y difícil de encontrar en estos tiempos.
Si Sofía Viola ya había logrado hacerse de una reputación en el circuito under del folk sudamericano, este disco bien podría significar su catapulta hacia escenarios y públicos más diversos, con la notoriedad mediática que ello implica.
Es pertinente remarcar que la conjunción de talento y experiencia de los músicos Nicolás Echeverría, Juan Telechea, Leonardo Zumbo, el ya mencionado Horacio “Pollo” Viola y Ezequiel Borra -quien se encargó de la producción- fueron clave para que este disco se impregnara de esa cadencia que lo hace tan disfrutable.
Mientras tanto, Sofía sigue en la brecha; entusiasmada y creando una fiesta de flores y música ahí donde pisa. Su sonrisa franca continúa difuminando las fronteras. ¿Y yo? Yo aquí, dándole play de nuevo, colgándome una vez más de la libertad que destella y completamente enamorado de su música. ¿Tú ya la escuchaste?