‘Imaginar cosas chingonas’ Javier Hernández y la ilusión futbolística de una nación

‘Imaginar cosas chingonas’ Javier Hernández y la ilusión futbolística de una nación

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Puedes callarles la boca con una tijerita, de un cabezazo o con una chilena, de taquito o con disparo raso de tres dedos. Sabemos que puedes hacerlo. Detonar el grito de diana en la tierra del Kremlin. Reconstruir tu propia Catedral de Cristo Salvador sobre la fe perdida de la afición. Puedes callarles la boca. Puedes convertirte en Gol. Puedes conseguir lo imposible. Puedes reventar la red. Puedes festejar con ellos, con nosotros, llorar la prosperidad. Girar sobre el eje del mundo y anotar sin compasión. Debes pensar en nuestros padres e hijos, en sus sueños, sus anhelos, en tu ejemplo en germen. Debes pensar en el trabajo de los obreros que mueven los engranajes de este país, pensar en los lugares todos, ahí donde se enciende un televisor para pedir aciertos. Piensa en las fondas, los bares, los hospitales, las cárceles, los refugios mexicanos, y piensa también que estamos todos contigo, aunque no parezca. Danos hoy la esperanza y llena nuestras casas de albor y festejo. ¡Danos la confianza! ¡Danos el triunfo! Cállanos la boca con otros cincuenta goles: imaginemos cosas chingonas.

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Todas las mañanas, en cada rincón del mundo, desde las praderas de Islandia hasta los confines de Tierra del Fuego, de la Siberia más oriental a Brasil, el fútbol abraza los corazones de millones de hombres que se despiertan, escribió René Frégni, el autor de Les Vivants au prix des morts (Gallimard, 2017). El fútbol es un deporte que unifica, así como no lo hacen la religión ni la política, tampoco las relaciones sociales; el romance furtivo está sobrevalorado, lo único verdaderamente importante en esta vida es el soccer. Basta con un partido de fútbol para limar asperezas, para firmar un acuerdo de paz, para terminar conflictos o construir la concordia de manera estable y duradera. No existe deporte que no conmueva tanto como el fútbol, la verdadera eucaristía, el viaje hacia el descubrimiento de algo nunca visto, la elevada expresión artística o el arte de comprimir la historia universal en noventa minutos, como lo dijo Bernard Shaw. Los ejemplos están ahí, en los anales de la historia, cuando el balompié fue más importante que el odio o que una disputa política, como en la llamada Tregua de Navidad en 1914, partido de intermedio bélico disputado entre Inglaterra y Alemania, o como el que contendieron oficiales y soldados británicos de la División 26 de Municiones en Salónica, o aquél que jugarían los soldados ingleses del Regimiento de Wiltshire en Azincourt en 1916, o como en la Guerra Española allá en las Pedrizas, o en el Zenit Estadio en el Partido de la Muerte un 9 de agosto de 1942, cuando un balón de gaucho arqueó los antivalores del nazismo.

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Imaginar cosas chingonas… Estar en procesos electorales en México también es como vivir una guerra. Una guerra ideológica, política, sucia, una beligerancia de calumnias, demagogia e influyentismo, a la par de la ofensiva de los bajos hilos de la política, la microesferas de la mafia y los verdaderos poderes fácticos, hormigas sin cabeza en un arenero aparentemente equilibrado; y frente a eso, un mundial de fútbol que muchos pensarán estratégico para dividir pensamientos y focalizar la atención en cosas redundantes, pero es precisamente lo que nos va a salvar, como en Bélgica, Grecia, Francia, España y Alemania.

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Pensar en cosas chingonas… Dejemos a los comentaristas de deportes comerse su savia amarga con su “México no está para ser campeón del mundo”. David Faitelson es el tipo de “mexicano” que integra ideológicamente el “México imaginario”, los que toman las decisiones en el campo económico y mediático, periodistas como él son los forjadores del mito del mexicano incapaz, acomplejado, impotente y frustrado. A lo largo dos siglos, ellos han sido los inseguros, corruptos, mediocres, traidores, explotadores, poquiteros y cobardes. Estos “mexicanos” son los que han llevado a “su país” a la quiebra psicológica, a pesar de contar con un pueblo milenariamente solidario—trabajador y contar con una inmensa riqueza intelectual.

         Un ejemplo claro del “sí se puede” teórico y no coreografiado en una canción de Maná, es la declaración que Javier “El Chicharito” Hernández le procuró en entrevista a David Faitelson, en la que le pide al comentarista creer a pesar de todos los problemas del equipo.

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Así como la psique de los soldados en las diferentes guerras en donde ha girado un balón, donde se han firmado convenios de paz durante noventa minutos, así el mexicano debería creer que es posible un cambio —que no está en el panorama electoral 2018—, de pensar al fútbol como una herramienta poderosa para lograr que niños, jóvenes y comunidades enteras puedan alcanzar niveles de desarrollo y convivencia que  sin su presencia no se hubiesen logrado.

El fútbol es un instrumento que genera cambios sociales, como puede dar fe a la Empresa de un País: ¡Imaginemos cosas chingonas, joder!

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Mixar Lopez

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