¿El Rock está muerto?

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Hace más de veinticinco años que nos venimos haciendo esa pregunta, como si a base de cuestionarlo lográramos resucitar un cadáver en descomposición, como si al mencionar miles de veces el nombre del difunto lográramos traerlo de vuelta.

Y aunque le sobreviven hijos, legítimos y bastardos, parientes lejanos y algunos amigos que le lloran en su tumba, ese viejo contestatario; sexy; aspiracional; ese que rompía las reglas del sistema tradicional y que a base de imperfecciones e irreverencias escandalizaba a todo el mundo a su paso; ese que aborrecía la idea de aliarse con su enemigo; nieto de esclavos y analfabetas; que salió del proletariado a desafiar a todas las clases y fue rey del mundo del entretenimiento; a ese Rock que hace años dejó de caminar en el planeta podemos llorarle y recordarlo con cariño, podemos buscar un nuevo amor en otras formas de expresión musical, podemos emularlo y escondernos en un pequeño nicho a rezarle, pero no podemos seguir cuestionando si está vivo o muerto.

Sigamos venerándolo como un santo, tengamos fe en que su legado seguirá permeando la manera en que vivimos las artes, creamos que nos habla del más allá, que se le aparece a sus creyentes y que de vez en cuando hace uno que otro milagro para recordarnos su poder.  Sigamos protegiendo a sus feligreses, esa especie en peligro de extinción que  es la encargada de perpetuar sus enseñanzas.

Pero mientras confundamos “vida” con miles de boletos vendidos en cientos de festivales, “resurrección” con cientos de lanzamientos nuevos en nuestra plataforma digital favorita, y “manifiesto” con el disfraz para el concierto o el uso frívolo de un aparato de reproducción prehistórico, seguiremos matando a los últimos creyentes y distorsionando la historia hasta perder por completo la versión real.

Nunca he sido purista, tampoco vivo del pasado, no estoy enojado ni desilusionado, no se trata de ir en contra de formatos, de géneros ni de instrumentos, solo intento entender las heroicas razones de los que siguen haciendo discos de rock sin dinero en un mundo sin audiencia, mientras cambio una cuerda rota de mi guitarra y descanso un rato los dedos y el oído para seguir adelante.

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(Edición de textos: Cecilia Olaciregui Ruíz)

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