Edgar Allan Poe: La Verdadera Cercanía del Horror
“Pueden darme todas las explicaciones racionales posibles, por ejemplo: los gases del cadáver en proceso de descomposición tuvieron una reacción química con el humo de los materiales tras el fuego que los devoró a tan altas temperaturas, pero nunca podrán explicar el terror que sentí al ver que tras el incendio y destrucción de todo lo que poseía, lo único que quedó fue la imagen fosilizada, inmortalizada, de aquel animal que era el culpable de toda mi ruina…”
Edgar Allan Poe.
-El Gato Negro.
La muerte siempre está rondando, este es un hecho, y es que donde sea que miremos está sutilmente asechando, sin importar que tan vivas sean las cosas que nos rodean; está en aquella flor marchita, en el melancólico Otoño y las hojas secas que caen de los árboles; en la habitación en que dormía aquella persona que amamos u odiamos; en alguna estadística.
No existe alguien que no esté de luto por alguien que aún sigue vivo, incluso ahí encontramos a la muerte.
A esta entidad le damos características humanas, es decir, la antropomorfizamos; le tratamos de dar un lugar entre nosotros o pretendemos ignorarla sin lograrlo, y esto es lo que nos hace temerle o adorarla, o temerle y adorarla. Sin la muerte y el miedo nuestro verdadero motor de búsqueda por aquello que llamamos vida no sería automático.
Hoy es un extraordinario día para morir…
Primera mitad del siglo XIX en Nueva Inglaterra. Un hombre caucásico y pequeño coloca una barra de láudano en un vaso de bourbon. Sale de su casa a media noche y camina hacia los lares donde los esclavos cantan en su miseria. La noche es gélida y se deshace como el láudano en el bourbon pero no adormece a este hombre, él está aterrado pero excitado, encuentra un tronco y se sienta a ver a los cargadores de piedras y madera; condenados a una muerte en vida estos amables monstruos arrastran cadenas y cantan en la noche mientras flotan como fantasmas entre las antorchas de sus amos blancos y débiles; en la oscuridad sólo se observan sus ojos elevándose y los rostros de sus amos tenuemente tras la pequeña llama que pretende iluminar sin conseguirlo la oscuridad de la escena.
El espectáculo es exótico y revelador, y como todo lo que es revelador es atemorizante y lúgubre. Un esclavo recibe un golpe de látigo que retumba y genera un contrapunto en la melodía entre cantos y cadenas, bajo la luz de los fuegos la sangre salpica…
Ahí es donde por fin la poca luz de la luna y las antorchas revelan algo entre la oscuridad…
No existen vampiros, brujas, duendes, momias, fantasmas…
Existimos los humanos, sólo los humanos…
“No existe lugar más seguro que un cementerio, todos los peligros están encerrados bajo tierra…”
Howard Phillips Lovecraft.
-El Horror en Dunwich.
La muerte y el horror no son algo mítico, no son algo sobrenatural, son algo real, evidente, tangible; estos monstruos son tu vecino, tu pareja, tu yerno, tu hijo, tu mascota, la amable persona que te invita un trago y los secretos que se maquilan en su alma…
Aquel hombre pequeño y caucásico, personaje central de este texto, regresa a su humilde hogar y decide derramar en tinta el misterio de lo posible; el terror de lo real, y así desenmascarar letra por letra la idea de que todo aquello que es maligno está más allá de nosotros mismos. Observa un retrato oval colgado justo por encima de su escritorio al sentarse, un cuervo se posa el busto de Palas de la puerta, cierra los ojos para enterrarse vivo y escribe un cuento corto legible en unos veinte minutos para que todos lo sepan, para que todos se percaten de la pesadilla, y lo firma como Edgar Allan Poe.
Por la noche habrá un asesinato en alguna calle de algún lugar de Baltimore, y aunque los más grandes detectives determinen el motivo y resuelvan el caso habrá más, y ninguna de las respuestas que se obtengan realmente encontrarán la indiferencia de la justicia sólo el vacío de la estadística.
Por la mañana la niebla cubre el paisaje pero no desaparece con ella el rastro de suspenso y miedo de la noche anterior; Poe escucha a su mujer toser. La tos trae sangre. Tuberculosis; está condenada. Apenas unas décadas antes la hubieran enterrado viva pensando que se está transformando en un Nosferatu, pero no ahora en pleno siglo XIX. La razón, la lógica y la ciencia se han encargado de eliminar esos mitos absurdos para crear uno nuevo: el que la explicación de una bacteria que es capaz de hacerte expulsar tu ser en sangre a través de la garganta y dolorosos espasmos en la caja torácica, y tan pequeña que no podemos ver, es menos terrorífico que un cadáver andante que bebe sangre. La sangre cubre sus dientes. Rostro pálido y labios púrpura…
Nada de eso esconde para Poe la belleza que encarna su amada.
La muerte no está más allá de nosotros, como mencionamos antes, y ahora con su enferma esposa y la niebla que no deja ver más allá de unos metros esta se quita la máscara.
La noche anterior antes de que él fuera al exótico y majestuoso espectáculo de los monstruos esclavizados por las bestias que no cantan, uno de ellos fue callado de un tiro en la cabeza, no cantará más. Los rumores decían que había violado y asesinado a una doncella; se encontró su cadáver desnudo y empalado a unas cuantas millas de la aldea.
Esta noche una de las bestias blancas ya no calla; grita mentiras, se le vio ir con la supuesta doncella al campo, la hija de un aldeano adinerado y respetable, ella fue voluntariamente con él…
Ya no regresó…
Esta noche la soga estará rompiendo su cuello, monstruos matando a monstruos, nadie es inocente, no hay nada sobrenatural aquí…
Todo este horror es completamente natural, la pesadilla es real.
La muerte ronda y lo hace indiscriminadamente, no hay inocentes, sólo monstruos civilizadamente salvajes que no se atreven a verse al espejo…
Poe los obligará, será su espejo, y esto durará por siglos aún después de que muera, pues lo que escribirá será trascendental, y lo será pues no hay nada anormal en ello, es un retrato…
Un retrato del terror que trae la normalidad.
“No es un Dios el que asesina y viola a una mujer, no es un Dios el que decide el terrible futuro de miles de personas, somos nosotros, nosotros; un hombre muere y es una tragedia, millones mueren y son sólo una triste estadística…”
Alan Moore.
-Watchmen.
Es imposible que nuestro escritor no mire a través de la ventana, vea la niebla y le tema tanto a ella como a aquello que también le teme a ella. La ciencia y la razón lo están explicando todo o más bien creen explicarlo, pero jamás explicarán la sensación lúgubre que siente él al escuchar a su amada morir poco a poco; el horror de la supuesta doncella al ser asesinada y violada por su amante secreto; aquello que sintió esa bestia al empalarla desnuda y su propio y extremo temor al sentir la soga en su cuello; la impotencia del esclavo al sentir el cañón en su sien…
El profundo horror de aquel personaje ficticio que Poe creó al ver que entre las ruinas sólo quedó la figura fosilizada de aquel gato negro al que culpa irracionalmente por toda su vertiginosa caída.
No existe manera en que la ciencia, la lógica o la razón expliquen esto, y ahí, en esa niebla que la misma razón teme, es que radica el tintero donde Poe encontró las letras perfectas para retratar el horror que tratamos de esconder de nosotros mismos; monstruos siendo y creando monstruos…
Poe da una calada a su pipa, mira la niebla a través de la ventana, no hay nada en ella, si acaso una vaca o un forastero; vampiros, fantasmas, zombies, son monstruos de antaño, máscaras hipócritas que usamos para evitar creer que nosotros mismos somos capaces de crear el terror absoluto. Los verdaderos monstruos están en nuestra mente, en nuestra habitación, incluso en aquello que podríamos considerar bello, caminando entre nosotros…
Será de noche, y Poe prepara su barra de láudano para su vaso de bourbon.
Como todas las noches irá a ver la verdad para poder retratarla, irá al exótico y majestuoso espectáculo de los monstruos esclavizados por las bestias que no cantan.
Esta noche habrá un crimen en la calle de La Morgue, será adjudicado al principio a algo sobrenatural, pero sabemos que no lo será, la casa de Usher caerá; el culpable será una cortina que esconde algo todavía más macabro, como lo hace la sangre en los dientes de la amada de nuestro escritor…
No existe nada que realmente te proteja de la oscuridad a través de este túnel que nos atrevemos a llamar mundo; ninguna explicación racional, ninguna cálida entrepierna, ningún vaso de bourbon, ningún ser mítico…
Existimos los humanos…
Todo este horror es completamente natural, la pesadilla es real.
Ilustraciones: Esbeidy Luna