Charlotte (Cartas a través del Tiempo I)

Charlotte (Cartas a través del Tiempo I)

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París, Francia; algún suspiro de otoño de 1918.

 

Fue el final de la guerra más grande de todas las guerras, lo cual trae detrás de eso una certeza increíble: vida, amor y muerte conjugados. Bien dice el poeta irlandés William Butler Yeats que la verdad y la belleza se encuentran en la basura y no están a plena vista, y es que dentro de toda esa basura que ha sido esta masacre, este infierno que azotó a la humanidad, apareciste tú, como un milagro, un flamboyán a mitad de una gigantesca nada. El cielo en tu mirada azotó mi corazón opacando los horrores que había visto en dicha nada.

Yo era un humilde periodista, aspirante a escritor y antes de ir por mi voluntad a donde se encontraba Ares, era un poeta callejero. No tenía nacionalidad ni territorio ni lugar. En aquel momento me encontraba en una trinchera en un pequeño pueblo de Bélgica anotando todo lo que podía escribirse en letras y tomando todas las fotografías que pudiera; gracias a Dios tenía un pequeño fonógrafo que me permitía escuchar el Jazz que se escuchaba en otros lugares como Londres y Nueva York. Yo no lo sabía, pero mientras yo me esculpía como estatua entre las balas y las muertes, tú dabas vida y sonrisas en las calles de París.

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Hace casi un año que no estaba en París, sólo tenía una foto de la entonces capital del mundo. Los soldados y médicos hablaban acerca de ella como lo hacía James Joyce acerca Dublín en la novela “Ulises”. Tenía sin embargo una fotografía. Para animar a los que nos encontrábamos en las fauces del lob, era común que se nos enviara fotografías de paisajes, mujeres, acetatos y pequeñas películas de comedia. Durante las pocas noches sin rugidos de maldad, nos juntábamos todos sin importar jerarquías o labores a ver pequeños cortometrajes de Charles Chaplin. Era sublime el ver como en circunstancias tan indescriptiblemente monstruosas podíamos reír y el cómo los soldados lloraban de felicidad al ver fotografías y cartas de sus mujeres o simples paisajes; fotografías y cartas llenas de amor y envueltas en un halo de luz y cristal cortado que tardaban meses en llegar.

 

Un día, un joven que acababa de llegar a la trinchera de París, me contó que en las calles se juntaban hombres y mujeres vistiéndose de payasos y así hacían de mimos haciendo reír a la gente. Como periodista, sabía que Rusia había llegado a Francia en la forma de una carcajada y una sonrisa; los klowns alegraban las almas de la gente que, aún sin estar en las fauces del lobo, escuchaba temerosa sus aullidos. El joven, quien lamentablemente no sobrevivió más de una semana me regaló una fotografía, y entonces encontré mi propio Dublín, siendo yo, Xavier, mi propio Ulises.

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Sabía sólo que tu nombre era Charlotte.

Las películas de Chaplin, mi talento como poeta y la inspiración que me provocaste hicieron que me convirtiera en el comediante de la trinchera. Ver tu fotografía e imaginándote haciendo lo mismo hizo que mi corazón se envolviera en un halo de luz y cristal cortado, así que decidí conocerte. Como poeta callejero conocía gente que estaba en París, y aunque sabría que tomaría meses, te envié una fotografía con un poema en ella…

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Charlotte:

Desde este triste lugar, bajo el cielo brumoso,
Desde mi propia trinchera,
Con el pasado a un lado, el corazón en medio
Y con heridas en el otro,
Con sueños a futuro y con el presente en la mano,
Te entrego para siempre, desde vida y la muerte
Mi amor y mi abismo…
Hoy mi alma grande no se encuentra,
En tu mirada se ha perdido…

Xavier.

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Sabría que tardaría meses en saber de ti, y cada noche miraba la luna pensando que mirábamos la misma luna y con la locura que es el amor construíamos una escalera hacia ella; sólo la locura construye una escalera a la luna, y es que a una mujer amada no se le baja la luna, se le lleva a ella.

Escribía poemas y tomaba fotografías de los horrores del averno, muchas veces cerrando los ojos y viendo los tuyos bailando en la oscuridad de mis párpados. Me hice aficionado a la pintura, en Noruega se hablaba de un tal Edvard Münch y cuando vi su obra en un periódico quedé fascinado. No sabría siquiera si habías ya recibido la fotografía con el poema, pero el amor es riesgo; el amor es fe; el amor es un salto al vacío que dura toda la vida. Así que decidí dibujarte, y por supuesto enviarte mi imaginación, mi amor y mis colores.

Es decir, ¿Qué caso tenía enviarte fotos de la trinchera?, no eran los truenos de las ametralladoras ni los cadáveres aquello que, por más real que se viera era en realidad, lo real; lo real estaba en la esperanza y la promesa de dos almas que en el lomo de un gigantesco lobo ayudaban a la gente a encontrar paz y alegría, uniendo de este modo a distancia sus corazones envueltos en un halo de luz y cristal cortado.

Mi corazón se convirtió entonces en una escalera de cristal cortado envuelto en un halo de luz para llevarnos a la luna.

Y entonces, un día, la realidad se hizo real y comenzamos a construir la escalera hacia nuestra luna…

Terminé mi trabajo en las fauces del lobo y me alejé de sus rugidos; pese a la desgracia, el tren que atraviesa los bosques de niebla (frontera entre Bélgica y Francia) mostraba su hermoso pelaje.

Te respondí con una fotografía tomada en los bosques de niebla que atraviesas para cruzar la frontera entre Bélgica y Francia, al reverso venía una carta.

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Charlotte:

Esta NO es una carta de amor, es una declaración voyerista; una expresión poética de algo que se siente más allá de cualquier tabú en el alma y la entrepierna, mas no existiría sin que la voluntad así quisiera, como cuando el bello rostro de una mujer te es regalado por alguien que te recuerda que al final nuestro destino es morir, y por lo tanto te recuerda que más grande es nuestro destino de vivir, y sabes que está ahí y te observa aún sin saber que existes; que provoca el deseo de encarnar tu locura en sus labios y encarnar la suya con tus dedos,

Este es tal vez mi más bello y tenaz secreto; aquel que me pone en riesgo y aún así salto al vacío y te entrego con toda mi fe este abismo que llaman Xavier.

Charlotte, mi espiral vertiginosa, mi caída a la sinrazón pura, mi exquisita realidad y mi tierno deseo; una escalera descendiente hacia el cielo, de tus pantorrillas a tus muslos trémulos…

Esta NO es una carta de amor, es un presente, un presente en el tiempo presente; este NO es un regalo pues te pertenezco en el tiempo presente.

Es seguro que muchos encuentran un laberinto en la constelación de tu mirada no domesticada y se pierden en ella….

¡Yo saldré vivo para amarte!

Las imágenes hacen un ruido en mi piel, y ese deseo me convierte también en espiral, una espiral también vertiginosa que cae dentro de la sinrazón pura hacia ti, mi exquisita realidad futura.

Una escalera descendiente a tus pupilas dilatadas, de mis dedos cantando en tus muslos trémulos y tus mejillas sonrojadas.

Una espiral que terminará calmando nuestras tormentosas aguas con nuestras
mismas poderosas aguas…

 

Xavier.

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Mi corazón se convirtió entonces en una escalera de cristal cortado envuelto en un halo de luz para llevarnos a la luna.

Nunca llegué a París. Nunca atravesé el hermoso pelaje del lobo y aunque estaba muy lejos de sus aullidos, me alcanzó el infierno de sus poderosas fauces…

Nunca supe si recibiste mi corazón destrozado por la guerra en esas cartas, pero no importa; mi corazón siempre fue mío aunque estuviera dispuesto a compartirlo contigo.

Mi corazón se convirtió entonces en una escalera de cristal cortado envuelto en un halo de luz para llevarnos a la luna.

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sobre el autor

Xavier Bankimaro

Periodista, escritor y filósofo, y poeta.

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