Cafetería Impala, Oasis al final de ese sueño que ahora es Mérida
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Hubo alguna vez un sueño, un sueño llamado Paseo de Montejo; los “Champs Elysées” de aquella ciudad cuyos vestigios alguna vez fueran un lugar llamado Ichcanzihó, parte de la gran confederación de El Mayab. Con el orgullo de conquistador y nostalgia por su tierra natal, la familia Montejo llamó a este entonces pueblo fantasma: Mérida, recordando la ciudad española cuyas ruinas romanas se asemejaban a las ruinas dejadas por los antiguos mayas, cuya poderosa confederación, equiparable a la antigua Hélade, había ya tenido su fin varios siglos antes.
Los Montejo, siendo no sólo una familia sino todo un clan, decidieron no enfrentarse a las tribus mayas que escondidas en la selva, mostraban el sonido del terror que causa la sabiduría de alguna vez otrora, una poderosa civilización.
Ahora los europeos entraban a un escenario post-apocalíptico.
En América no habían caballos, sin embargo la Península de Yucatán ofreció una posibilidad: el
venado, consumido y criado con los puercos, y entre las clases de venado había uno particularmente fuerte y fácil de domesticar: el impala.
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Lo que se conoce hoy como el Remate al final de Paseo de Montejo dividía las casas de los criollos adinerados de aquellos que no lo eran. Como dato importante los españoles no apodaron a Mérida la “Ciudad Blanca” por la cultura de limpieza en sus calles (que continúa hasta ahora) ni por el color de las fachadas de sus casas.
La “Ciudad Blanca” debe su color al hecho de que mayas y mestizos tenían prohibido vivir en Mérida, así que Mérida era en efecto blanca de piel.
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El Paseo de Montejo culmina en la glorieta donde está el famoso Monumento a la Bandera, con el cual Yucatán (que un par de veces fue un país independiente) se declara parte de México y al mismo tiempo representa en esta hermosa escultura la historia del estado y sus tradiciones, la mayoría sincretismos hispánico-mayas. Como dato curioso, Mérida tiene en su cultura una gran marca caribeña: el Son, la Jarana y la Trova en la música; el uso de guayaberas y licores dulces como el Xtabentún, miel fermentada en agua de henequén, cuyas abejas son alimentadas con la flor del Xtab (flor única en la península) lo que produce una sensación a anís en las papilas gustativas, y el Luk’um, delicioso destilado del agua de henequén.
¿Y qué decir del café? Negro, fuerte, delicioso, sólo igualado por veracruzanos y chiapanecos en México.
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Desde el Remate y alzando su vista hasta el Monumento a la Patria, Francisco de Montejo (‘El Mozo’) y su hijo, siguen observando la belleza criolla de la ciudad, mientras frente a ellos se encuentra desde hace más de medio siglo, cuidando con su templanza, un oasis para todo caminante que se haya vislumbrado por el glorioso Paseo de Montejo: la Cafetería Impala.
La Cafetería Impala sirve el café por primera vez en 1958, tal vez a enamorados que regresaron escuchando Rock N’ Roll en su venado: ese hermoso carro de los años 50 que lleva en él pasado y futuro tanto del amor, la pasión o simplemente la paz, que a través de los portales de Mérida, sus caminatas, sus flores y sus sueños.
El camellón en medio, matizado con glorietas y adornado con eternas estatuas, es obligado a caminarse, a respirarse, a ser observado por ambos lados: el hermoso plasma entre estas tradiciones hace de Mérida un puente tan hermoso como sus atardeceres entre México y Cuba.
El sueño lúcido de casonas que descubren la España conquistadora, la Francia de principios del siglo XX en sus fachadas, la Cuba en sus sabores y olores, y el Yucatán en sus colores y jardines convertidos en museos, calles con carrosas paseando a los amantes aún en pleno siglo XXI.
Desde la era en que México era colonia española, hasta el reinado de Porfirio Díaz, a los visitantes privilegiados de las Europas (y pese a la obviedad de que ya se usaban corceles) se les paseaba en carrosas dirigidas por impalas. Eras de exotismo y arte para aquel lujoso.
Es curioso que después se les sirviera venado y faisán como festín con Xtabentún como digestivo.
Al final de este deleite, la Cafetería Impala, protagonizando el inicio y fin de este sueño, ya sea para beber un café o una cerveza, ya sea para despertar y admirar la entrada al casco viejo de la ciudad, o cerrar los ojos, respirar la humedad que palpita de la vida y beber una champola o alguna otra delicia yucateca; para cerrar los ojos y vivir ese sueño antes mencionado que es Mérida y sus caminos, la llamada Ciudad Blanca llena de paz, fantasías y sonrisas.
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