Belafonte es piedra
Pocos grupos en el rock nacional tan auténticos como Belafonte Sensacional. Pocos tan genuinamente rocanroleros (sí, ese es el término). Porque sin renunciar a las tendencias musicales de este tiempo, en el que la fusión de diversas músicas se amalgama para crear un sonido determinado, el grupo tampoco olvida los orígenes del rock y que este no se dio por generación espontánea.
Hay grupos que responden a una aspiración colectiva y otros que responden al liderato de un solo creador, quien normalmente escribe todo el material y funge como front man. En primera instancia, podríamos suponer que Belafonte Sensacional pertenece al segundo acto de destreza, ya que tiene un líder (Israel Ramírez), quien compone todas las canciones y desempeña el rol de primera voz y hombre al frente, tanto en el escenario como a la hora de dar entrevistas y hablar por el grupo. No obstante, se trata también de un colectivo, un colectivo mutable (han entrado y salido algunos integrantes a lo largo de la historia del grupo), pero que mantiene una estructura de cooperación sólida (por ejemplo, en la hechura de los arreglos instrumentales) y una columna vertebral que más o menos ha permanecido estable.
En 2014, la agrupación grabó su primer larga duración, el estupendo Gazapo, un disco lleno de frescura en el que las influencias musicales –lo mismo de Bob Dylan, Lou Reed y Bruce Springsteen que de Rockdrigo González, Roberto González y Jaime López– son eufóricamente notorias (antes, en 2010, había grabado el EP Petit Riot).
Cinco años más tarde, luego de pasar por el EP Destroy (2017), Belafonte regresa con su trabajo discográfico más complejo, por completo diferente a su álbum debut.
Soy Piedra (2019) presenta once canciones más oscuras e introspectivas, quizás incluso un poco más herméticas en la poesía de sus letras. La producción es más cruda, más áspera, con paredes de sonido producidas sobre todo por las guitarras. Hay menos folk y más post rock, menos rock urbano y más shoegaze. Esto podemos notarlo desde el corte abridor (“Segundo acto de destreza juvenil”) y sus ecos lejanos de My Bloody Valentine. La estupenda y elegante “La noche total” es musicalmente como una mexicanización del brit pop à la Pulp, una pieza de austera belleza melódica que se queda en la mente desde que se le escucha por vez primera.
Las raíces folkies de Israel Ramírez están presentes en “Las distancias”, muy a la manera del Dylan primigenio, pero grabada con un eco de casa vacía que le otorga una atmósfera mágica y misteriosa. En cambio, “No llores, cumbias” es una composición sui generis, llena de gracia, con un beat loureedeano seco y contagioso que poco o nada tiene que ver con las cumbias (¿afortunadamente?).
“Marris” es una especie de blues cósmico (Janis Joplin dixit) deliciosamente callejonero y “Sácate a la carretera” un rock agresivo y denso, con una grande y explosiva guitarra por parte de Julio Cárdenas (feedback incluido). En ambas está más que presente –no sé si voluntaria o involuntariamente– la sombra bienhechora de Jaime López.
El bajo de Israel Pompa Alcalá presenta “Epic aris”, el octavo corte del disco, con la efectiva batería de Cristóbal Martínez a su lado, un marco rítmico que Israel Ramírez aprovecha para vocalizar casi experimentalmente, mientras la trompeta de Emmanuel García pasea y se entrelaza con las infecciosas armonías.
“Resist All” (¡Resistol!) es un divertido rocanrol noisey que nos empieza a conducir rumbo al final del disco, el cual culmina con la punketera y delirante “Oh Shit! Oh Fuck!” y la muy belafontiana “K. en el abismo”, con sus lindos coritos angélicos finales.
Soy Piedra en un excelente disco, una muestra de primer orden de lo que pueden hacer el talento, la creatividad y el ingenio aplicados a la música. No importa que se le considere un grupo subterráneo o incluso marginal, no importa si jamás se le abren estelarmente las puertas del Teatro Metropolitan o del Auditorio Nacional (aunque nunca se sabe), Belafonte Sensacional (y lo he dicho desde que lo escuché por primera vez, hace poco más de un lustro) representa lo (muy) bueno que se puede hacer fuera de los asfixiantes forceps del rockcito convencional mexicano, más allá de los convencionalismos y los conveniencionismos (válgaseme la palabreja) que trata de imponer un mainstream cada vez más decadente y podrido.
Belafonte es piedra… y sigue rodando.