Volvamos a los 400 conejos
Sileno, Dionisio, Baco, Hathor, Acan, Aizen, Ninkasi, Oggun y podríamos seguir un buen rato nombrando deidades de diversas culturas cuyo encargo con los humanos era proveerles la embriaguez.
Ayer les hacía referencia a las bodas de Caná, aquellas donde el nazareno convirtió el agua en vino; es interesante mencionar que en el culto tardío de los romanos a Dionisio, culto que data de los siglos III y II a.C. Dionisimo tenía tres nietas, Espermo, Eno y Elais, juntas son llamadas las Enotropeas; adivinen ¿Cuál era su principal poder dado por su abuelo? Convertir el agua en vino.
Pero las Enotropeas eran veneradas por esta actividad, al pobre de Chucho nada más se le recuerda la hazaña como una anécdota, los griegos recurrían a ellas para que les hicieran el paro en días de ley seca o ya cuando no había nada en la hielera, mientras que a Chucho no hay evidencia de que lo siguieran invitando cada semana a una boda diferente.
Esos primeros cristianos resultaron unos malagradecidos o unos abstemios de los peor, mira que desaprovechar pedazo de don, Alessandro de Lupo autor de El maíz en la cruz: Prácticas y dinámicas religiosas en el México indígena; cuenta que los nahuas que habitan en Puebla, le platicaron una versión distinta del evangelio a la que podemos encontrar en la Biblia Reina Valera o cualquiera reconocida por el mundo cristiano.
En uno de esos evangelios reformados, en el pasaje en que Jesús está en la cruz, los romanos le dan de beber vinagre, hasta aquí todo concuerda, pero en esta versión no era para deshidratar y burlarse de la sed del nazareno, sino para envenenarlo, pero, entonces Jesús lo bendijo diciendo: “No, con esto no voy a morir, esto se lo tomarán mis hijos y no tampoco morirán, sino que van a dormir, y van a volver en sí otra vez. Entonces, como Yo he de morir y resucitar, así mis hijos resucitarán mañana y pasado”
Con este pasaje los Nahuas explican porque nos emborrachamos, porque con aquel vinagre que querían envenenar a cristo, nos ponemos ebrios y al igual que Cristo resucitamos al día siguiente una y otra vez
Desde la prehispanidad, tenemos a los Centzon Totochtin, o 400 conejos para los amigos, estos Dioses que cuando los mortales tomaban sus alipuses, poseían a la víctima y lo ponían pedo, ponerse pedo entonces es un acto divino, tan es así que en tenochtitlán estaba prohibido insultar a un borracho, mientras estaba pedo, porque entonces estabas insultando a la deidad que tenía el control de ese cuerpo, no al pobre sujeto.
Si bien la embriaguez en general en el México antiguo estaba condenada, era permitido a las personas mayores y a la mayoría durante las fiestas dejarse poseer por algunos de los 400 conejos.
Las narraciones de los códices mendocinos, o Borgia, asoman pues ya una visión cristiana y condenatoria del consumo de pulque, dice el código mendocino respecto al efecto del pulque en las festividades “Están como enchilados de la cara, con cara taciturna, como carleando con cara dura. Todo está revuelto; la gente se golpea; andan rodeando; es rechazada la gente; se aprietan, se pisan; se empujan; se toman por las manos; se halan uno junto a otro; se miden con el brazo: se abrazan por el cuello; se meten en sus casas”
Si bien recordemos que el códice mendocino (recibe este nombre pues fue mandado a hacer por encargo del virrey Antonio de Mendoza) fue elaborado por los tlacuilos mexicas, es importante señalar que era un escriba español el que añadía la glosa o explicaciones. Esta condenatoria narración del consumo, parece encajar en una borrachera épica, en una borrachera memorable durante décadas.
La embriaguez, con moderación claro está, ha sido condenada siempre por la parte conservadora de la sociedad, siempre influenciada por la moral cristiana, esa que en vez de agradecer el Don de Chuchito de convertir en guachicol el agua, lo deja como anécdota y lo desaprovecha.
El alcohol siempre será acompañante de las mejores charlas, es utilizado para celebrar, es sinónimo de felicidad, se comparte el buen destilado sólo con quien vale la pena, con quién se estima, somos selectivos en elegir con quién compartimos nuestros mejores tragos y ¿Sabe que? Eso está bien porque es hora de empezar a rendirle culto, valorar ese regalo divino y disfrutar sorbo a sorbo.
Recuerde que una aventura épica jamás empezó tomando un vaso de leche, es más le cuento al margen, que esta su columna, fue escrita mientras bebía un buen mezcal cupreata michoacano, del Maestro Emilio Vieyra, como debe ser, salud y hasta el próximo vaso.