Poesía sin Nombre
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I
Soy los años que pasan, malgastados en sueños mediocres;
soy como sombra en la noche, no pertenezco, no existo;
soy el murmullo del viento, soy el silencio preciso;
soy todo y soy nada, soy sólo papeles, soy sólo dos nombres.
Soy el polvo que se acumula y se barre del piso y se levanta,
y se arremolina y se tergiversa con la luz que se filtra por la ventana;
soy agua que cae del cielo, enviada directamente por Dios,
pero sin importar que de Él provenga, terminaré estrellándome en la nada.
II
¿Acaso Dios, como castigo, hizo
imposible en mí el hecho de creer
en Él?
Consciente soy de la contradicción,
pues de ella he sido testigo.
Toda mi vida he rechazado surcar
el cielo con Apolo, en cambio,
prefiero caminar descalzo con Dionisio.
Algún día la rebeldía me salvará
de esta vida.
Pues, como una pulsión en el pecho,
me lleva a buscar lo que no se me enseñó,
y todo aquello que no tengo.
Paciencia, pues la rebeldía siempre premia
a aquellos que son adeptos.
III
Que no se nos olvide vivir.
Hacerlo sería una grave ofensa
contra todo aquello que intervino
para que estemos sobre esta tierra.
Que no se nos olvide vivir.
Aunque la vida no siempre sea bella;
aún sabiendo que la vida duele,
que la vida daña, que la vida pesa.
Que no se nos olvide vivir.
Ya sea lamiendo las heridas,
odestejiendo naderías,
Que no se nos olvide vivir,
pues, muchos allá abajo,
si pudieran, desearían estar aquí.
Por eso, mientras podamos,
que no se nos olvide vivir.
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