Apuntes para una historia crítica del rockcito (II)

Apuntes para una historia crítica del rockcito (II)

Para fines de los años cincuenta del siglo pasado, estaba claro que el rock and roll en México era mucho más que un ritmo y no iba a desaparecer por más que una punta de viejitos y viejitas histéricos quisieran borrarlo del mapa.

Lo mejor fue que el género comenzó a permear fuera de las grandes orquestas adultas y que algunos jóvenes, espontáneamente, empezaron a buscar la manera de conformar bandas rocanroleras para ejecutar aquella música con sus propios medios. Se trataba de jóvenes citadinos, principalmente de las ciudades grandes del país, aunque los casos más notorios surgieron inicialmente del Distrito Federal. Los casi adolescentes hicieron hasta lo imposible por adquirir algunos instrumentos, en especial guitarras y bajos eléctricos que, además de caros, eran escasos.

Entre los primeros conjuntos (que así se les llamaba) que se formaron por allá de 1958 y 1959 estaban los que la mercadotecnia posterior denominaría como “Los pioneros del rocanrol” (del rocanrol hecho en México, se entiende)  y de quienes Federico Arana, “pionero” él mismo, afirma en Guaraches de ante azul que “si algo pudiera definir a los pioneros del roc –sic– nacional, es que la falta de instrucción y talento musical nos unificaría a casi todos”).

Grupos como los Teen Tops, Los Locos del Ritmo, Los Rebeldes del Rock, Los Camisas Negras, Los Crazy Boys o Los Sinners comenzaron a adoptar y adaptar los éxitos rocanroleros provenientes de los Estados Unidos, a los que les inventaban letras más o menos relacionadas con la realidad y la idiosincracia mexicanas.

Así, por ejemplo, “Tallahassee Lassie” de Freddy Cannon se convirtió en “La chica alborotada” de Los Locos del Ritmo, quienes en su letra decían cosas como “Es mi chica alborotada, / es un poquito alocada/ y si acaso tú la buscas, / te dirá que tú le gustas. / Es mi chica alborotada/ y nunca cambiará”. “Good Golly Miss Molly” de Little Richard pasó por el ingenioso filtro traductor de Enrique Guzmán, el cantante de los Teen Tops, para transformarse en “La Plaga” y exclamar: “Mis jefes me dijeron: ‘Ya no bailes rocanrol, / si te vemos con La Plaga, tu domingo se acabó’”. Mientras tanto, “Jailhouse Rock” (que cantaba Elvis Presley) con los propios Teen Tops decía en mexicano: “Un día hubo una fiesta aquí en la prisión. / La orquesta de los presos empezó a tocar. / Tocaron rocanrol y todo se animó/ y un cuate se paró y empezó a cantar el rock”. Por su parte, Los Crazy Boys (en voz de Luis “Vivi” Hernández), para seguir con el tema carcelario, decían en su versión hecha en México de “Leroy”: “Era una vez un muchacho así, / era un rebelde hecho de verdad. / Cuando la redada lo atacó, / él gritó: ‘caramba qué haré yo’”.

Sin embargo, hubo algunas (pocas) canciones originales. Las más notables fueron “Yo no soy rebelde” de Chucho González y “Tus ojos” de Rafael Acosta, grabadas por Los Locos del Ritmo (aunque también eran originales “Morelia”, “Blues Tempo”, “El mongol” y “Un vasito de agua”); “Vuelve primavera” de Armando Trejo, interpretada por los efímeros Blue Caps; “Pecosita” de Oscar Cossío, cantada por los Silver Rockets; “No está aquí”, de Los Hooligans, “Acapulco rock”, de Eddie Medina, y algunas otras más.

La primera canción radiada

A decir del ya referido Federico Arana, la primera canción de un grupo mexicano de rock que se transmitió por la radio fue el cover de Los Rebeldes del Rock a “Poison Ivy” de los Coasters, llamada en español “La hiedra venenosa”. Ello sucedió en 1958. El tema fue un éxito inmediato y destapó la cañería que tenía detenida a una buena cantidad de grupos ansiosos de grabar rocanrolitos y sacarlos por medio de los ondas hertzianas.

  La oleada del rock en nuestro idioma era incontenible en México, a pesar de las resistencias que seguía habiendo, como la de un tal Enrique Reyes Spíndola, columnista musical que decía: “No cabe duda, amigos, la fiebre del rock and roll cantado en español está en plena efervescencia en nuestra capital, pero creemos que con la misma rapidez con que se popularizó, así se va a desplomar”.

  Incluso en la radio, no todas las estaciones estaban contentas con el arribo de esta nueva música y por ahí se afirmaba que “pronto desaparecerá la fiebre del rock and roll en español, según cómputos realizados por Radio 6.20”.

 ¿Desaparecería el rock, como vaticinaban aquellos malos y malintencionados augures?

(Continuará)

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sobre el autor

Hugo García Michel

De formación autodidacta, Hugo García Michel (Tlalpan, DF, 1955) conoció y aprendió el oficio del trabajo editorial en la práctica misma, cuando entró a laborar a Editorial Posada en 1979, como redactor y corrector de estilo de la revista Natura. Al poco tiempo se convirtió en Jefe de Redacción de la misma publicación y fue su Director en dos periodos diferentes: 1980-1982 y 1986-1988. En el ínterin (1982-1986), colaboró en los diarios unomásuno, La Jornada y El Periódico de México, así como en diversas revistas de todo tipo, desde culturales y de espectáculos hasta de información pesquera y de orientación al consumidor. Fue Secretario de Redacción de la revista cultural Coatlicue (editada por el ISSSTE y dirigida por el poeta Sergio Mondragón) en 1982. Colaborador durante seis años de la sección cultural de El Financiero con su columna semanal “Bajo Presupuesto” (1991-1997), desde 1994 y hasta 2008 fue director de la revista de rock La Mosca en la Pared. Dirigió y editó, asimismo, los Especiales de La Mosca (2004 a 2008), magazines monográficos dedicados a grupos y solistas específicos (Nirvana, Metallica, The Cure, Pearl Jam, Bob Dylan, Led Zeppelin, The Beatles, The Rolling Stones, The Who, The Kinks, Jimi Hendrix, etcetera). Es autor de los libros Más allá de Laguna Verde (Editorial Posada, 1987) –investigación periodística sobre la planta nuclear veracruzana y el movimiento político ecologista que se oponía a la misma en los años ochenta–, la novela Matar por Ángela (Editorial Sansores y Aljure, 1998, reeditada en 2015 por la editorial Lectorum), Cerca del precipicio (recopilación de diversas reseñas de discos clásicos de rock publicada por el diario El Financiero) y la novela Emiliano (Ediciones Beso francés, 2017), su primera incursión en la novelística de la revolución mexicana. También es autor de los libros de entrevistas Rock bajo palabra y Razón de la crítica impura, así como de la novela La suerte de los feos, los tres aún inéditos. Hasta agosto de 2018 colaboraba (desde enero de 2000) en Milenio Diario con las columnas “Cámara húngara” (de temas políticos) y “Gajes del orificio” (de temas musicales), además de escribir diversos artículos, sobre todo culturales, para diferentes secciones y suplementos del mismo periódico). Ex colaborado de las revistas Marvin y Este país, hoy día coordina “Acordes y desacordes”, el sitio de música de la revista Nexos, y escribe los blogs El rojo y el negro y Gajes del orificio (y otros hoyos).

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