Capítulo 5
La vida en Ridley podía ser un asunto apacible para un chico como yo, sobre todo si lograba comprenderse que a finales de 1950 mi mayor preocupación era cumplir con los deberes del colegio, realizar paseos con Foster de vuelta a la casa y evitar contratiempos horarios que me hicieran perder algún programa de aventuras después de la cena.
Los problemas maduraron cuando vino un nuevo ajuste de mi edad y mi estatura.
De repente, como dando una respuesta a las demandas requeridas por un cambio de estación, descubrí que algunos chicos de los grados inferiores comenzaban a verme hacia arriba; y aunque nunca fui tan grande para hacer solicitud en el equipo colegial de baloncesto, era evidente que ese cambio me otorgaba privilegios innegables ante aquellos que aspiraban alcanzar mi condición.
Era muy joven para darme plena cuenta de que sólo era un engrane que perdía su relevancia al integrarse a la compleja maquinaria que formaba al alumnado del colegio, dividida en varias tribus y sectores obedientes a sus propias jerarquías, pero hermanadas por criterios en común que coincidían en que había cosas que esperar de los demás cuando alcanzaban un nivel como que el yo había conseguido.
Sobre todo con las chicas.
Pero al igual que aún suelo hacerlo, supe entonces posponer mi explicación para el asunto de las chicas a reserva de momentos mucho menos complicados.
Ya desde antes que llegaran mis ajustes de estatura, habían dado de qué hablar las proporciones de mi torso, que sin ser ningún prodigio muscular sobresalía del estándar promedio, tal vez por ser el descendiente de una rama genealógica de atletas irlandeses que antaño había vuelto a los Tigres de Ridley invencibles en las pruebas de piscina.
De manera involuntaria, no hacía más que formar parte del orgullo de esa herencia que de forma irremediable se colgaba entre mi pecho y mis espaldas; pues, sin duda para horror de mis ancestros, no sentía interés alguno en los deportes ni en el grupo de gimnasia, sobre todo cuando el cambio intempestivo de plantel de Mr. Brown la había dejado sin ninguna dirección de autoridad que controlara el que los ojos insistentes de los chicos de la clase se posaran en mis poco peculiares proporciones, sin que el manto de la ropa de deportes las lograran encubrir.
Libres de mando, los horarios dedicados a rutinas de ejercicio terminaban convertidos en lo más cercano al ritmo de una antigua bacanal, en la que gritos y relinchos conjugados con carreras incesantes pretendían dar testimonio de un poder entre bestial y primitivo, propiciando un escenario en el que un ser ensimismado como yo pasaba a ser un extranjero que lograba despertar con su silencio y su quietud a las sospechas de la turba enardecida.
Hasta que un día me vi de pronto acorralado entre el furor de varios chicos que buscaban desnudarme para así satisfacer su pertinaz curiosidad.
El ataque terminó cuando, una vez que habían logrado arrebatar mi sudadera, resonaron unos pasos que de nuevo impusieron silencio en la duela.
Después de haber llamado al orden con tan solo su presencia, aquel joven venido del sol de las costas del sur quitó de las manos de un chico mi ropa, mientras su firme y profunda mirada revestía de nueva cuenta a mi vergüenza y sus manos me entregaban de nuevo mi prenda.
Imagen tomada de: https://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/bacanales-el-escandalo-que-sacudio-la-republica_7272/2