Mi vida como Radiocabeza
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Mi vida en el planeta rock and roll
Mi vida como Radiocabeza
Sí, amigo, soy adicto a Radiohead. Es un grupo irrepetible, no solo por su éxito sino por su inteligencia, su imaginación, su propuesta. Muchos los odian por “sobrevalorados”, por depresivos o por ambiguos en sus letras. La verdad es que su música es casi zen, ¿sabes? Aunque sus versos parecen no decir nada, su ironía consigue poner la mente en blanco del que la escuche con atención. ¿Qué diablos significa su letanía “Fittier, happier / More productive / Comfortable / Not drinking too much”? Nada o, mejor dicho, la nada que regula nuestra vida cotidiana. Aun así, créeme que nunca iría a uno de sus conciertos. Juran mis amigos y mi ex mujer, que son chingones en vivo, y no lo dudo pues los he visto por YouTube y se nota que le saben rascar a sus fierros, no solo interpretan fielmente (casi con metrónomo) las locuras que hacen en el estudio sino que le ponen un extra de vitamina, feeling y locura. ¿No has visto el video donde Thom Yorke dizque baila cumbia? Tiene talento ese inglesito para bailar como autómata descompuesto, ¿verdad que sí? Su show debe ser grandioso, no lo dudo, pero mi problema con ellos no es artístico sino personal. Sus rolas parecen diseñadas para ser el soundtrack de ciertos momentos de mi vida, medio cabrones, medio ridículos. Pero sólo te contaré tres ejemplos, digo, mientras nos terminamos esta cerveza.
Para empezar, su famosa rola Creep. Ya la había visto en MTV, pero no le puse mucha atención sino en la casa de Nidia, una pelirroja francesita que era escritora y vivía en mi vecindario. Muy linda, la condenada, y demasiado amable, además. Cuando supo que mis cuates y yo íbamos a presentar una revista independiente, me invitó muy ingenua: “Pues cuando termines ven a mi casa a cenar, es mi cumpleaños”. Me agradó la idea y, muy ingenuo, se lo conté a mis compinches, que decidieron hacerme compañía. Qué error. Ella nos recibió con gusto aunque llegamos tarde, cuando ya se despedían los demás invitados, y no estaba preparada para recibir a ocho poetas y seis rockeros armados. Vaya que se asustó Nidia cuando olió el tufo a mota en la cocina y vio las rayas de coca en la mesa de su comedor. De pronto, alguien quebró unos vasos, dos bueyes empezaron a pelearse en la sala y antes de que todo se saliera de control tuve que arrear a mis amigos fuera de la fiesta. Justo en eso se empezó a escuchar Creep en el estéreo y supe con qué palabras disculparme de Nidia: “Lo siento, amiga, soy un patán, pensé que lo sabías, un pinche creep, y tú eres un ángel”. Sonriendo, ella tomó mi mejilla y me regaló un beso inocente, pero casi en la boca: “No, Matías, tú eres un ángel, pero no lo sabes todavía”. Después de esa noche ella se fue de la ciudad, sin dar explicaciones ni despedirse de nadie, y yo jamás la volví a ver, excepto cuando escucho Creep y se me aparecen su cara pecosa y sus ojos húmedos diciéndome en silencio “hasta nunca, fuckin’ creep, hasta nunca”.
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Menos cursi y más épica fue mi experiencia con Karma Police. Yo les había perdido la pista por unos años, pero en 1997 sacaron OK Computer y muchos lo aplaudimos de pie, casi unánimes. El mero día que compré el CD, cayó en mi casa el Híkuri, un compadre mío, un filósofo con gran talento para seducir nuevos amigos y nuevos enemigos. Dos veces escuchamos el disco de principio a fin, hasta que se acabó el whisky y salimos por más. A bordo de mi volkswagen bajamos al centro y caímos en un bar viejo que tenía una rockola excelente, pero que había sido acaparada por unos juniors de esos que después llamarían “mirreyes” y que se ponen cachondos con las rolas de Luis Miguel. Nada hubiera pasado si al Híkuri no se le hubiera ocurrido quejarse con el barman, pues entonces los mirreyes empezaron a jodernos. Yo preferí pagar la cuenta y jalar a mi amigo hasta el carro. Pensé que la habíamos hecho cuando salimos al periférico, pero un poco más adelante se nos atravesó una camioneta y se bajaron cuatro de esos mirreyes, armados con botellas y con un bate. Cuando escuché el primer madrazo en el parabrisas, metí el acelerador y les eché el vocho encima. No les atiné, pero conseguimos escapar.
Una vez en mi casa, tuve que cambiarme los pantalones, pues los había orinado, y cuando volví a la sala encontré al Híkuri en estado de shock, viendo en VH1 el video de Karma Police. Seguro lo has visto: un video que muestra un hombre huyendo de un carro que lo acosa, pero que al final termina en llamas, entre alaridos de guitarra wahwahwahahahahwaahahah. “Eso nos pudo pasar, Matías, nos pudo pasar lo del video”, exclamaba el Híkuri. Y tenía razón, pues al día siguiente, se supo por el radio de un vocho como el mío, que apareció en el periférico medio quemado por unos adolescentes borrachos. O sea que pudimos ser ellos, o ellos ser nosotros, como decía el Híkuri, pues así es el karma, según la susodicha canción, “thisiswhatyouget, thisiswhatyouget, thisiswhatyougetwhenyoumesswithus”.
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Pero ahí no termina mi relación con la banda. ¿Recuerdas, amigo, cuando sacaron el álbum In Rainbows y lo vendieron por internet sin apoyo de ninguna disquera y al precio que uno quisiera pagarles? Me pareció una idea brillante –¡fuck the system!–, así que muy generoso pagué 15 dólares por él con mi tarjeta de nómina, con tan mala suerte que al hacerlo algún cabrón la hackeó para robarme el aguinaldo. Fue el destino. Cuando fui al banco para hacer la denuncia, me reencontré con Regina, una ex compañera de prepa (con maestría en Contabilidad), que trabajaba ahí como ejecutiva bancaria y que, muy gentilmente, me ayudó a recuperar mi varo. Al contarle mi relación con las canciones de Radiohead, no pareció sorprendida: “No eres el único, Matías, puedo apostarte que nos pasa a muchos, a todos los radiocabezas, porque somos unos creeps, fumamos como iron lungs, nos deprimen los fake plastic trees y nos sentimos más vacíos que un body snatcher; nadie en este mundo define mejor que ellos el alma de nuestra generación”.
Yo quedé embobado con sus argumentos, supongo, porque me enamoré de ella y le puse casa. Por dos años, casi, vivimos juntos y felices ahí. Cuando tocaron en el Foro Sol, Regina sí fue a verlos, pero yo me quedé en casa a terminar mi tesis. Muy apenas contuve mi envidia cuando me contó su experiencia: los guitarrazos de Johnny Greenwood, la batería de Phil Selway, la tierna demencia de Thom Yorke. “Solo me faltaste tú para ser feliz por completo”, remató ella con un suspiro que la desmentía.
Lo cierto es que a partir de entonces su cariño se fue evaporando, hasta que un día se acabó y ella se fue de casa para vivir en México, sí, con un rockero hípster que había conocido (adivina dónde) en el concierto de Radiohead. Así me lo confesó en su nota de despedida, que terminaba con la previsible estrofa de Exit music (for a film):
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“Wake from your dreams
The drying of your tears
Today we escape we scape
You can laugh a spineless laugh
We hope your rules and wisdom choke you.”
Así que ya lo sabes, amigo, si no voy a los conciertos de Radiohead, no es porque me disguste su música o porque repudie su decisión de tocar en Israel, lo hago por pura precaución, neta, porque soy un radiocabeza y temo lo que me va a ocurrir.
Salud por esa.
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(Edición de textos: Cecilia Olaciregui Ruíz)
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