Los muchos otros archivos
Leí El incendio de la mina El Bordo, el último libro de Yuri Herrera de un tirón y me costó mucho escribir este texto.
El libro fue publicado el año pasado en España por la editorial Periférica y recién es editado en México, en una coedición entre El Quinqué Cooperativa Editorial y su par española. Me gustaría indagar sobre ese desfase, que intuyo dice más de lo que parece, pero prefiero hablar del contenido.
Aunque antes, quiero hacer un rodeo. Me gusta la expresión: «de un tirón», que se suele emplear cuando leemos algo rápido, sin aparentes interrupciones, guiados por cierta precisión que contribuye a aquello que Poe denominó «unidad de efecto», o algo así. Me recuerda a la expresión: «de golpe» y también a una que utiliza, precisamente, Derrida y su traductor en Mal de archivo: «la presión de la impresión».
Un archivo impreso se ha creado porque alguien, o algo, ha presionado una superficie. Primero la presión, cierta violencia, algún golpe, un tirón; después, la impresión marcada que podemos interpretar.
Derrida sostiene que toda lectura de archivo implica excavar. Y con eso quiero decir que Yuri hace que, como lectores hagamos eso, bajemos profundo, alumbrados por tenues fragmentos de un archivo estatal que van conformando un episodio más de la vastísima e infame historia mexicana de represiones, asesinatos y desapariciones, que es la historia del mismo estado cubriendo sus actos o la de consorcios comerciales extranjeros.
Porque eso trata Yuri en El incendio de la mina El Bordo, la historia de un homicidio múltiple sin culpables para el estado. Y trae de vuelta voces de testigos, de quienes sobrevivieron, de aquellas que vieron, de aquellas que esperaron afuera de la mina aguardando por respuestas. Trae todo de vuelta para abrir acompañado ese archivo muerto. Un archivo judicial sobre lo ocurrido en una mina de Pachuca hace casi 100 años.
Este libro, novela o crónica, o un híbrido de ambas es, en cualquier caso, una investigación material sobre una historia oral de la reiterada culpabilidad del estado. Esta obra de Herrera se compone como archivo vivo que remueve entre despojos y se obstina a olvidar a la gente viva.
En la primera parte del libro leo: «El silencio no es la ausencia de una historia, es una historia oculta bajo una forma que es necesario descifrar». Y el libro hace eso. Recrea, reescribe, hace un montaje con los fragmentos encontrados y que los culpables trataban de enterrar, como enterraron vivos a los mineros en El Bordo hasta la asfixia. Este libro, impresiona, se queda abierto una vez que se ha leído.
Me gusta que al final Yuri haga evidente cómo fue realizado el texto. Cuáles fueron algunos de los procesos de escritura e investigación que lo componen (el libro tomó bastante material de la tesis doctoral del autor). Pero sobretodo me ha golpeado, la interpretación que Yuri hace del kiosko al centro del Parque Hidalgo. Al poner atención se da cuenta que este fue un regalo, de la colonia americana, hecho al gobernador del estado el mismo año del incendio, 1920; pero detrás hay más: está el intento de compensación a la sociedad. ¿Es siquiera posible imaginar en algo que compensé la muerte? Creo que, si existe algo así, debe ser más parecido al recuerdo y a la justicia que a un kiosko. Ese monumento fue inaugurado por el mismo gobernador que ayudó a la minera estadounidense a quedar sin cargos en el crimen que enterró sin preguntas.
Este libro no sólo propone un juicio distinto para aquellas vidas pasadas, precarizadas y asesinadas por la corrupción entre estado y capital que terminó con ellas, sino de la vida del porvenir. Del cómo podemos leer todos los muchos otros archivos de esta historia negra presente. La decisión de publicar este libro en México bajo la licencia Creative Commons, refuerza esta sensación.
Lo que se quiere destruir, es aquello que no se destruye. Es aquello que nos impresiona y nos marca, que nos da un tiró y herramientas para leer de nuevo, para comenzar, tal vez, ahora sí, a leer desde lo común el pasado en el presente, y viceversa.