Los Caminos Que Llevan A ROMA
ROMA se convirtió en una película de expectativas y suposiciones: desde mediados de 2016, cuando se empezó a hablar de las formas con las que Alfonso Cuarón estaba filmando su nuevo largometraje; después, su arribo a los festivales de prestigio y el consecuente reconocimiento con las preseas más altas; y finalmente, el día que Netflix publicó el último tráiler, compuesto de fragmentos de las secuencias visualmente más pomposas y musicalizado por el clímax de la dramática ‘’The Great Gig In TheSky’’ de Pink Floyd. Las redes sociales hicieron barullo, mientras las reducidas posibilidades de verla en cines acrecentaban el mito.
Hoy cumplo una semana y pico como suertudo, miembro de ese 1% de la población nacional que ya tuvo la oportunidad de ser espectador de la película. Sin embargo, tras varios días y discusiones, todavía resulta complicado metabolizarla del todo. Habría que aclarar una cosa: ROMA no es la cinta espectacular que su distribuidora y los tuits viscerales nos prometieron… Es mucho mejor que eso, precisamente porque no aspira a ser exuberante.
El contexto de la película no debería ser desconocido para ningún mexicano: Cleo (Yalitza Aparicio), una trabajadora doméstica que labora en un hogar clase mediero de la Ciudad de México a inicios de la década de los setentas. Desde el primer segundo de ROMA su planteamiento narrativo es denso, meticuloso e hiperrealista. El plano secuencia que abre la película sirve para introducirnos a la magnitud de la casa y genera una idea del esfuerzo que implica mantenerla a flote, no sólo a nivel de limpieza e infraestructura; sino también en términos emocionales. Los personajes aparecen con la naturalidad que ofrece la rutina, hasta la llegada del contrapeso de la historia, Sofía (Marina de Tavira), dueña de la casa y madre de los cuatro hijos que componen la familia. Este momento es trascendental para el desarrollo del filme porque presenta las enormes diferencias en las condiciones de vida de las protagonistas; pero también inicia el paralelismo que marcará el ritmo de la cinta.
Aunque no se mencionan años exactos, la relación entre Cleo y la familia es símbolo de un nivel de confianza que sólo se obtiene a través del tiempo. Con todo eso, la intención de Cuarón no es relatar el abrazo entre clases sociales que conviven y hasta se quieren. Al contrario: los besos que los niños le dan al personaje de Yalitza Aparicio en realidad maquillan un trato que nunca olvida que ella es la empleada de la casa.
No es hasta que los hombres abandonan sus vidas que nace una empatía implícita entre las protagonistas: ‘’Siempre estamos solas… Aunque te hagan creer lo contrario’’ le dice Sofía a Cleo en el momento más crítico de su abandono. Si hay algo que aplaudir de ROMA son las poderosas actuaciones de Yalitza Aparicio y Marina de Tavira. El arco emotivo de ambos personajes evoluciona con naturalidad gracias al guion de Alfonso Cuarón, un libreto que sacrifica los grandes monólogos y las líneas poéticas (recursos que hemos visto en Y Tu Mamá También y Gravity) para emplear a fondo las frases contundentes, aquellas que exaltan las catástrofes de la cotidianeidad con apenas cuatro palabras.
La casi obsesiva dirección actoral y el manejo escénico del cineasta mexicano nos transportan a sus recuerdos; pero también a los nuestros, y no aquellos exclusivos de quienes vivieron la década de los setentas, sino de todas las personas que de uno u otro modo han sido testigos (o participes) de la complicada vida familiar, llena de más pecados que virtudes.
Los elementos técnicos de la película, en función de las intenciones narrativas, son el gran acierto del director. A pesar de contar con la maximalista cámara Alexa de 65 mm, ROMA economiza los cortes y utiliza un repertorio reducido en su lenguaje visual, reservando los planos cerrados para la descripción del ambiente.Cimentado en los travelings largos de izquierda a derecha y viceversa, Cuarón te invita a que veas su historia desde una intimidad casi espectral; pero no permite que seas un personaje más. Decisión que encuentra su mayor expresión en dos de las secuencias más rabiosas en la historia del cine mexicano, esas en las que Cleo se convierte en el eje de la escena: su fatídica peripecia entre la masacre de Corpus Cristi hasta el Seguro Social; y aquella en la que atraviesa la playa en búsqueda de los niños, ante las furiosas olas del mar. Dos momentos de crisis para la protagonista y para el público, impedido de ver la angustia directo a los ojos.
La fotografía en blanco y negro cobra mucho sentido gracias a la enorme labor de Galo Olivares y del mismo Alfonso Cuarón. En ROMA, cada contraste está planeado y tiene una función en la propuesta cinematográfica de la película. La escala de grises es explotada hasta sus últimas consecuencias y permite que en la disección fotograma por fotograma, cada uno de estos tenga un discurso por sí solo.
Por otro lado, el diseño y la mezcla sonora son las principales responsables de la brutal capacidad de ROMA para situarnos justo en el centro de la acción. Cada avión que surca el cielo, las trompetas y gritos que escandalizan la calle y hasta la última respiración, llegan a nuestros oídos desde todas direcciones. Es probable que nunca en la historia de la tecnología Dolby Atmos 7.1 ésta se haya utilizado a ese nivel y seguramente será la gran ausente cuando el filme se transmita de manera global a través de Netflix.
Una de las mejores noticias para la audiencia nacional es que ROMA es una película mexicana en el máximo sentido del concepto. Y no sólo por el personal mayoritario de paisanos que trabajaron en ella, también por la virtud de relatar tantos México’s a partir de una premisa cotidiana: el México de los padres que abandonan a sus familias, el México de la represión militar, el México urbanizado y el México rural, el México de las pasiones irracionales… El México que todavía no se reconcilia con su pasado.
Aun así, la cinta no se rodó como un folleto panfletario ni una obra de protesta. Con todo y los recovecos que deja escuchar una sola versión de la historia, Alfonso Cuarón logra contar una particularidad sin extraviar su carácter universal, y nos pone frente a una versión muy madura y congruente del cine. Seguro caerán más y más reconocimientos para la película; pero el más importante debería ser la forma en que cuestiona a cualquiera que la mire, desde el peso del recuerdo hasta la importancia del futuro, ROMA es todos los dilemas del presente.