Freeman (Cartas a través del Tiempo III)
Miami, Las primeras tormentas de verano de 1982.
“¿Se atreven a llamarme asesino en masas? Yo asesiné a 11 mujeres, ustedes asesinaron a más de 20 millones de personas por las mismas razones que yo y quedaron en la ruina…”
Últimas palabras de Henri Désiré Landru, antes de que su cabeza rodara por una rampa y terminara en una cesta el 22 de Febrero de 1922.
Nota inicial:
Esta es la carta de confesión que logré que uno de los habitantes del asilo donde me encuentro escribiera; este asilo es mi monasterio y hogar, y ha sido la brújula de mi consciencia por más de 33 años.
El propósito de dicha confesión escrita es más para un estudio transpoético y liberación de esa pregunta que todos nos hacemos cuando estamos tan cerca del infierno: ¿POR QUÉ?
Mr. Freeman será ejecutado conforme a las leyes de Florida, y es obvio que este habitante de nuestro país de las maravillas no se siente culpable de ninguna de las metáforas que creó a lo largo de más de una década.
Las palabras han sido editadas para que el lector no logre reflejar en ellas su propio infierno en la carta.
Desde mi consciencia, mi asilo, mi celda; en este maldito verano del año en curso donde lo único que espero es la muerte, feliz, es decir, no más humedad y mosquitos y enfermizo artificial aire acondicionado.
A los cerdos que corresponda:
Antes que nada, debo aclarar que no tengo absolutamente ningún motivo para disculparme con ustedes, por el contrario deberían agradecer lo que hice.
Escribo esta carta porque es mi deseo que se comprenda lo que hice antes de que desaparezca, y aunque la consciencia que habito piense que es una carta de confesión o de disculpa a las familias, perdón, las piaras epicúreas que he herido con mi gran proyecto, es en realidad una explicación que no espero que comprendan. Estoy completamente seguro de que no tengo ninguna oportunidad de caminar por la Pequeña Habana, fumar un puro y beber un mojito, aunque no es algo que realmente necesite, todos morimos pero no todos matamos; todos vivimos pero no todos creamos, y yo, yo, lo logré, logré mi última nota, y juro que no crearía una sola metáfora más pues he terminado mi Jazz.
Cuando aquel otro habitante de esta consciencia me sugirió que hiciera esto le dije:
“Podría arrancarte la cabeza ahora mismo, y ¿qué harían?, ¿prohibirme escuchar mi Jazz de la tarde, leer o jugar ajedrez?”
Aún así su sonrisa indicó el claro Jaque-Mate en el que me había puesto…
La muerte es la solución al problema de la ecuación, e inevitablemente, el final del camino; es la vida la que es un rompecabezas imposible de armar, al final todos somos alimento para algo más; cada uno de nosotros está caminando lentamente hacia el mismo matadero y las millas acumuladas en sus tarjetas de crédito no lo hacen más lento. Viven caminando hacia una muerte segura y actúan como si eso no fuera a pasar escondiéndose en su lodo.
Un día, caminando solo como de costumbre por la Pequeña Habana, el Son se detuvo y un tipo comenzó a tocar el saxofón, lo acompañaban un contrabajista y un tecladista… Ellos estaban haciendo que todo tuviera sentido, no me malentiendan, amo el Son cubano pero esto, esto era morir con ritmo en vida.
Si observas las calles de Miami o de cualquier otra ciudad grande y cosmopolita, la rutina es como caminar hacia el matadero sin sentido, así que decidí ayudar a hacer sentido, darle vida a hermosas notas superfluas con la muerte antes de que sean una entre un millón de ancianos en Florida.
En mi necio intento de no ser un concepto, producto de un conjunto de influencias culturales y experiencias sensoriales ordenadas de acuerdo a un carácter heredado genéticamente, desistí de la búsqueda de lo que es bueno o malo, ya sea para mí o para cualquiera, y me arrojé al temible mas divertido tobogán del conductismo y ser de nuevo un niño.
Dejo en claro que un símbolo no significa nada si no representa algo, por lo tanto, un símbolo no puede ser universalizado; una cosa es una representación y otra un significado, y en el caso del Jazz cada nota es un símbolo.
Me encantan las mujeres de cabello castaño tanto como aquellas cuya piel es blanca como la nieve y cuyo cabello es negro como la muerte, y aunque hacía siempre lo mismo con ellas: estrangularlas y desmembrarlas tras convertirnos en carne trémula y gemidos, con una, una rubia clásica de los años 70, hice una improvisación.
Ella no era como las otras, mujeres de finales de milenio; ella era una clásica rubia de la era en la que el Jazz había llegado a los blancos…
Era especial.
Desde que encendí su Lucky Strike y vi brillar sus ojos de color verde esmeralda, siendo yo alguien emocionalmente daltónico, lo supe; supe que ella sabía lo que era morir con “swing”. Bastó invitarle unos cuantos tragos y prometerle tener algo de hierba para que aceptara ir a mi casa.
Fumamos en una elegante pipa, escuchamos a Miles Davis y comenzamos a tocarnos; todo es blanco y negro. Señores cerdos; todo, pero los ojos de ella eran esmeralda y sus labios rojos anticipaban la sangre.
En sus ojos se anticipaba la representación y en mi cama por un leve instante fuimos humanos.
Mientras la estrangulaba todavía estando dentro de ella, veía su hermoso cuerpo delineado en blanco y negro con el brillo del sudor; sus pezones erectos y sus piernas perfectas. Ella me rasguñó como tocando el piano y grité como la nota más alta de un saxofón, hasta que el color en sus labios y en sus ojos se apagó.
Lo logramos, fuimos alguien: un significado…
Coloqué el cadáver en el sofá antes de descuartizarlo, ésta fue mi gran improvisación. Le coloqué un cigarrillo en la boca y abrí para ella una cerveza. Ella me miraba extasiada, sonriendo.
Conversamos.
Trascendimos de animales rumbo al matadero a humanos reales; de símbolos universales a significados propios y únicos, y de ahí a un elegante Jazz: notas de un saxofón y un piano que mueren y matan para formar una melodía improvisada.
Un Jazz que yo creé más allá de la música.
Le explico, señora vaca, señor cerdo: todos somos notas que retumban en los pasillos del matadero hacia el que todos nos dirigimos sin percibir el latido oscuro que llamamos “vida” y que es horroroso, una maldita cacofonía; gente rumiando y gruñendo. Armé con mis castañas, latinas y afroamericanas bellas melodías; llegaron al matadero al que iban a llegar con “swing” y no como cualquier sonido perdido, y como notas de Jazz que saltaron al vacío para formar una melodía, mi melodía, su melodía.
JAZZ.
Siéntanse libre y feliz, amigos cerdos; porque no hay absolutamente ninguna manera de evitar el sufrimiento, y el único verdadero límite que existe es la muerte. Viva y mate con swing hasta que le toque su turno con la sierra y haga su propia melodía.
Hasta ahora y en mi lecho de muerte, las recordaré. Escucharé ese Jazz de cabello castaño; moreno; rubio, que culminó con ojos esmeralda, labios rojos y un sólo de piano.
Cito al Dr. Hannibal Lecter, ficticio aunque más real que cualquiera de nosotros:
“Todos hemos pensado en matar a alguien, ya sea por la mano de Dios o la nuestra; explícame cómo matarías a alguien, muéstrame tu diseño, dime quién realmente eres…”
PD.
Sobre la palabra “Dentro”, esta es una palabra sumamente poderosa, tan poderosa que destila noches enteras de supernovas desafinadas, o entona supernovas enteras de noches extasiadas de Jazz…