Filosofía para todos
Mary Midgley. Delfines, sexo y utopías. Doce ensayos para sacar la filosofía a la calle. Turner y Fondo de Cultura Económica. Colección Noema. España, 2002. Traducción de Jesús Izquierdo. Título original: Utopias, Dolphins and Computers. Problems of Philosophical Plumbing. Primera edición en inglés, Routledge, 1996
Delfines, sexo y utopías. Doce ensayos para sacar la filosofía a la calle de Mary es un libro contundente: conecta debate filosófico y vida cotidiana. Publicado en 1996, utiliza el pensamiento como herramienta, instrumento y arma, para atender la agenda de la sociedad del siglo XXI. Su autora, una de las filósofas más solventes de nuestra época, dictamina que no es sensato poner todas nuestras esperanzas en la inteligencia artificial: realmente es improbable que las computadoras puedan resolver nuestros problemas por nosotros.
Mary Midgley aborda asuntos álgidos, como el avance social de las mujeres, la guerra y la ecología, entre otros, con un estilo filosófico incisivo y claro. Además, combate el antropocentrismo, defiende a los animales, matiza las pretensiones de la inteligencia artificial, fustiga la dicotomía entre ciencia pura y ciencia aplicada.
El libro tiene una doble vertiente: en los primeros ensayos señala lo difícil que es teorizar sobre el mundo; en los demás, denuncia que la filosofía está relegada de ciertos aspectos del mundo actual, a pesar de que puede ser verdaderamente útil para entenderlos y resolver las dificultades que presentan. Ambas vertientes se iluminan mutuamente.
En una analogía muy original, compara a la filosofía con la fontanería. La gente común no suele prestar atención a la intrincada red subterránea de tuberías, hasta que comienzan los problemas. Cuando el agua inunda la casa, se suele llamar al plomero. Sin embargo, cuando nuestras teorías políticas y sociales fallan no se nos ocurre llamar al filósofo. Curiosa profesión. El método “Hágalo usted mismo” no siempre funciona, toda vez que el filósofo requiere un entrenamiento especializado.
Midgley observa que los filósofos requieren una inhabitual combinación de talento, el rigor lógico del abogado y la intuición del poeta: “Han de poseer la nueva visión que indica el camino a seguir, y la tenacidad lógica para discernir entre lo que está, y lo que no está, implícito en el trayecto. Es este difícil acto de equilibrio lo que les ha merecido un respeto distinto del que merece cualquiera de esas tareas por separado”.
La filósofa inglesa detecta otro problema en las tuberías del pensamiento: casi todos los científicos sociales dan por buena la teoría del contrato social. Bien, pero recordemos que es un artefacto creado por filósofos, una metáfora contra la monarquía, que permitió un reordenamiento político de la sociedad. Ha funcionado bien, pero comienza a dar problemas: produjo un individualismo exacerbado, un uso malentendido de la libertad, rayano en el egoísmo, que deja perplejos a los nigerianos, por ejemplo, cuando se les explica qué es el feminismo.
Midgley propone una revisión filosófica de nuestra red profunda de conceptos, nuestro mapa mental. Sugiere una actitud más cooperativa, solidaria. Contamos con distintas imágenes del mundo, por lo menos tres: la profana, la religiosa y la científica. A pesar de la pretendida objetividad de la ciencia aún quedan remanentes de antropocentrismo. Hay que pensar en los animales y el medio ambiente, sin dejar de lado lo sagrado.
Ser filósofo significa manejar categorías de pensamiento, teorías y explicaciones. Sólo cuando algo se atasca intentamos volver a pensar, e imaginar soluciones aplicables. Ciertos pensadores han acometido esa difícil labor. Aunque los clásicos han quedado a deber a la hora de hacer justicia a las mujeres: sólo Platón y John Stuart Mill han abogado por ellas, y han filosofado con serenidad sobre su condición. Necesitamos más filósofas.
Midgley ejerce su inteligencia sobre el mundo real. Eso es acción, praxis. Afronta las explicaciones convencionales y las atempera, cuestiona y replantea. Hechos concretos: en una meditación ingeniosa y lúcida, rememora el juicio penal contra dos hombres que liberaron a un delfín, propiedad del departamento del Instituto de Biología Marina, de la Universidad de Hawai, utilizado con fines experimentales en 1977. Ese ejemplo ilustra lo que puede hacer para bien la filosofía del derecho, como un saber práctico y aplicado.
Abogar por un delfín. Cierto que el concepto jurídico de persona se aplica fácilmente a los hombres y a las instituciones, pero no a los animales. ¿Por qué? Antes, ni siquiera se aplicaba a las mujeres: así recuerda la polémica de la década de 1890, en Virginia, Estados Unidos, cuando una mujer alzó la voz porque la ley no le permitía ejercer la abogacía. Los estatutos utilizaban la palabra persona. La Corte Suprema de Justicia de Massachussets determinó que “De la omisión de la palabra hombre no se puede deducir intención alguna de incluir a las mujeres”. Ahí deben aparecer los filósofos, para corregir esas distorsiones.
Todos podemos ser afectados por las distorsiones de la vida, tanto pública como privada: cuando ésta impide el desarrollo personal y deforma el papel social correspondiente. Hay descontento, inquietud e inconformidad en la sociedad actual, hay algo frustrante en ser personas de nuestra época, hombre o mujer. Y eso tiene que cambiar. Hay que ver más allá del individualismo y reconocer la diferencia de sexos, la complementariedad. La dignidad es inherente a todos, por el simple hecho de existir en el mundo.
La filosofía puede convertirse en una historia interminable, dialéctica; pero de todos nosotros depende llevarla a la vida cotidiana: de la casa a la calle, ida y vuelta. La filosofía no sólo está en las bibliotecas y universidades: está en la gente. Puede ayudarnos a vivir mejor –y esa es una aspiración legítima. Hay que pensar en uno mismo, los otros, el mundo y el universo. Difícil tarea. Mary Migdley nos ayuda a cumplir ese propósito.