Exorcismo Kafkiano

Exorcismo Kafkiano

 —¡Marco! —Gritas en la oscuridad de tu habitación, Phillip. Despiertas repentinamente. Los últimos meses has estado soñando lo mismo. Una bruja celta –aunque no tienes puta idea de dónde sacas que es celta– sentada en uno de los sillones de su estancia, te pide que termines pronto el proyecto bíblico. La mujer acaricia su cayado –un bastón decorado con pequeños cráneos, colmillos y plumas– habla sin parar sobre la maldición que ha caído sobre ti. Su boca se mueve, pero, Phillip, no entiendes nada, no puedes prestar mucha atención, te pierdes con el movimiento de los labios, sus palabras no pesan y la erección es inevitable. Cuánto te gusta la carne. Cuánto te gusta que te regañen. No es una de esas brujas ancianas, encorvadas, con una túnica negra. Es una bruja de mediana edad, rubia, delgada, con los ojos verdes. Está muy sucia, en harapos, pero debe ser hermosa debajo de las costras. Cuánto te gustan también las costras. Piensas en todas las costras que te has arrancado. La sensación, la mancha blanca de la piel apenas adquiriendo su pigmento. La carne viva. Cuánto te gusta la carne. La sangre. Los hilos de sangre. Te empalmas aún más, Phillip, y la mujer se percata que  habla en balde, que no la escuchas. Se pone de pie y su gesto se oscurece. Pasa de la explicación a la amonestación. Te dice algo en un dialecto insoportable, ancestral. Disminuye la intensidad de la luz. Sus ojos se tornan blancos, levanta la cabeza, mira hacia el techo, su boca se abre inmensamente y sale de ella una barra negra que se eleva verticalmente. Es un tubo angosto que crece unos ochenta centímetros, sujetado por una mano. Ahí está el antebrazo, el brazo completo, el hombro y al final una cabeza. La mujer celta arroja un cuerpo nuevo por la boca. Es un hombre con bastón. Es un caballero expulsado como si acabara de nacer. Mete la mano en la piel arrugada y extrae del fondo un sombrero de copa. Lo coloca en su cabeza y con la punta del bastón recoge la piel y la avienta lejos. Permítame presentarme, dice el hombre alargando su mano, mi nombre es Franz Kafka…

***

Phillip, estás bañado en sudor. Te quitas de encima la sábana y te enjugas los ojos.

***

 —Polo— Siempre es posible descender un poco más. Te atraviesa la idea de que has llegado al fondo, pero dejas atrás esa emoción fugaz de seguridad y en un instante te vas al carajo a velocidades supersónicas. Caes. No solamente caes, te desprendes de ti mismo. Te deshumanizas. Te conviertes en un objeto de goma suspendido en la oscuridad que gira sobre su propio eje. Tienes una elasticidad limitada. Y también observas, eres testigo, parte de esa nada que envuelve el espacio en el que flota esa sustancia que se extiende casi infinitamente y logra encogerse con facilidad. Esto sucede: todos sus movimientos, en su aberrante naturaleza, tienen una ecuación cartesiana que influye en tu estado de ánimo. Cuando la goma está estirada al máximo experimentas náuseas y, a medida que se desplazan sus extremos y su superficie produce varias formas, sientes rabia, dolor, nostalgia, desesperación, impotencia, ira, miedo, temple, sorpresa, tristeza, apatía, incluso felicidad, alegría, furor, cólera, demencia. Hay una coreografía cruel dentro de ti, fuera de ti.

        Regresas a ese estado gris, opaco, te vuelves esa persona sin matices, irritable y vulgar en la que te has convertido, en la que tú mismo te has convertido aislándote, alejándote de todos tus amigos, los extraños de tu familia. Enciendes la luz. Lo primero que ves es tu cuerpo mediocre y repulsivo bañado en sudor. Tocas tus senos, acaricias los pliegues repugnantes de tu panza. Tu figura provoca lástima, ya no eres el hombre con músculos y frescura. Ahora eres un animal arrojado a su suerte, un pedazo de carne sin sentido, sin proyectos. La calamidad kafkiana de Gregorio Samsa es enorme, exquisita, sofisticada en comparación con la tragedia que eres. No tienes estructura, tu esqueleto es un soporte fortuito que sostiene tus órganos inexplicablemente. Te apagarás. Es el único consuelo que tienes en tus patéticas manos. Ésta es la última puerta al final del pasillo desgastado que es tu vida. Te apagarás cuando traspases ese túnel por el que viajas frenéticamente como un tren hinchado de electricidad. Hemos elegido esto. Tú y yo. Escogimos extinguirnos lentamente, imperceptiblemente, mientras todos levantaban la mano para adelantarse en la puta vida, para activar el mundo, para reciclarse. Mientras los demás se presentaban como voluntarios para ser absorbidos por el ciclo viciado del puñetero planeta Tierra. Tú y yo decidimos dar un paso atrás mientras todos se abalanzaban por las mejores cosas de la cagada existencia. Los vimos a todos, estirando sus brazos para hacerse con la nefasta arena del mar. Elegimos ser la señora que fuma pipa en el lobby de un hotel en Cracovia, el primer gemelo asesinado en el concierto de Tony Corleone, el individuo que enciende su camión en un barrio olvidado a las 4:41 de la mañana, el soldador español que no tiene puta idea que saldrá en Discovery Channel en un programa especial sobre un edificio de Peter Eisenman, un buzo francés perdidamente enamorado de sus estudios sobre las algas, el secuaz derribado en una mala novela policiaca, el dibujo de un hombre que patea una pelota en una lata de cloruro de etilo. Todo eso elegimos. Y ahora, eliges levantarte repentinamente y hablar conmigo. Y cuando lo hagas, habrás perdido la razón, chico.

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Franz Kafka, delante de ti, dice cosas abusivas. Ha excedido los límites, te trata como a un idiota. Dice que te volverás loco, y le crees. Le prestas atención, incluso a su tonto plan para salvarte. ¿En serio crees que es posible hacer una biblia kafkiana? ¿Qué demonios sabe Franz Kafka sobre el canal Discovery? Es una mierda.

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—Resulta sencillísimo, querido amigo. Debe redactar lo que yo le dicte, sin cuestionamientos. Sin preguntas. Dedicarse absolutamente a escribir lo que yo le vaya dictando en cada una de las sesiones del programa. Debe hacerlo, de otro modo, terminará usted muy mal parado. Ahora, tome nota de lo que voy a decir.

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Te entrega un bloque de hojas y un bolígrafo sangrante que extrae de la bruja, el repugnante saco de piel. Camina hacia el estéreo y elige entre tus discos con demasiada confianza y familiaridad. Mete un disco en el reproductor. Truena los dedos al ritmo de Blue Train.

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—“En un principio la oscuridad no era un fenómeno de la naturaleza sino un animal tendido sobre el universo, echado sobre uno de sus costados. Era una bestia podrida amamantando a sus crías. Tres brutos, herederos de la muerte, bebían, la todavía, leche tibia sin advertir la extinción de su madre. En un principio, el hambre, la ubre vacía de un contenedor de gusanos que no responde al llanto de los famélicos. En un principio el canibalismo, la carne descompuesta.”

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Abres los ojos. “Marco”, dices en voz baja, pero nadie responde. Una luz tenue se asoma por la ventana. Cuando Kafka no responde, es que ha terminado de dictar. “Marco” luego “Polo”. La clave. Si responde no ha terminado la jornada como copista. Pero si te ofrece el silencio, puedes levantarte de la cama, salir de tu casa, volver a tu trabajo normal, tu segundo empleo. Un trabajo ruin en la oficina, con un jefe peor vestido que Kafka y con amenazas de índole financiera: reducción de sueldo, despido, menos bonos, mierda y media. Termina el día. Otras ocho repugnantes horas. Haces la cuenta. Dieciséis horas en dictados y redacciones. Lamentas tu vida, Phillip. Llegas a casa y tomas el bloque de hojas que has escrito en las madrugadas. Eliges una página al azar:

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—”Entonces, el Agrimensor golpeó la costa con su bastón y el mar se abrió en dos para que sus amigos, la horda de monos educados, atravesaran sin problema, huyendo así de los horarios de oficina. Se extinguían lentamente los hermanos del Agrimensor.”

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Te han tomado el pelo. Ese Kafka lleva muy lejos la farsa. La biblia kafkiana es una copia barata de la biblia cristiana. El personaje principal, al que atan en la cruz, Diablo, es la evidente configuración de un antagonista mesiánico. Luego hay capítulos que no tienen nada que ver con la historiografía humana. ¿A quién carajos le interesa que Diablo haya estado en Bagdad? Con esta biblia escandalizarás a cientos de amas de casa. Es lo único que pasará con tu librito de mierda. Te van a quemar en la hoguera por insinuar que Cristo es un muchacho que busca una salsa para espagueti en una tienda de abarrotes y que es secuestrado por un dios alienígena de nombre impronunciable, acompañado por dos jóvenes con Síndrome de Down. Debes parar esto.

***

—“Entonces, cuando no haya sino sólo cenizas, y los jinetes se hayan marchado con sus bolas de fuego, quedarás tú, frente a la computadora, redactando mis palabras, hijo mío”. Y eso es todo, caballero. Ahora lo que sigue es una campaña para publicarla. De eso te encargarás tú, amiguito. Por qué yo estoy exhausto. Iré a echarme por ahí. Una cosa más. Tu amigo tiene razón. Quizá exageré en algunas cosas. Puedes desecharlas. Quizá me propasé un poco diciendo que Cristo era un muchacho hambriento secuestrado en una tienda y que dios es un alienígena. Con eso puedes hacer lo que quieras. Toma toda esa basura y edita el libro. Haz algo de provecho, hombre, con todos esos recortes. Estaré arriba en el dormitorio.

***

—Marco —susurras atemorizado. Junto a tu cama, sobre el pequeño buró, un puñado de hojas en blanco se desliza hacia el suelo. Es de madrugada. La habitación en penumbra respira. No has aprendido a diferenciar una pesadilla de la realidad. Suspiras largamente. Remueves las hojas, no hay ni un sólo garabato en ellas. Qué suerte, no tienes que trabajar como secretario de un Kafka tiránico. Necesitas una confirmación y repites:

        —Marco —la incertidumbre se alimenta del miedo.

        —Polo —responde una voz que suena como el crepitar de una fogata a punto de apagarse en la oscuridad.

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sobre el autor

Franco Félix

Hermosillo, Sonora, México (1981). Estudió Literaturas Hispánicas. Ha publicado en revistas como Vice, La Tempestad, Tierra Adentro, Luvina, Pez Banana, Diez4, entre otras. Obtuvo la beca Edmundo Valadés de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes en 2009 por la revista Shandy, la beca Jóvenes Creadores en categoría de Novela (2011-2012) con Teoría del Asperger y la beca Residencias Artísticas México-Argentina 2014 con La maldición Naigu, las tres del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Fue ganador del Concurso de Libro Sonorense 2014 con Kafka en traje de baño, en género de crónica, obtuvo también el Décimo Premio Nacional Rostros de la Discriminación Conapred 2014 con "El origen del autismo" y el Premio Binacional de Novela Joven Border of Words 2015 por Los gatos de Schrödinger. En 2016, fue distinguido como Escritor Emergente en selección del Presente de las Artes en México de la revista La Tempestad. Fue acreedor de la beca Creadores con Trayectoria que otorga el Instituto Sonorense de Cultura y el PECDA-FECAS por su novela Todos me llaman pelmazo. Ha publicado los libros Kafka en traje de baño (Nitro/Press, 2015), Los gatos de Schrödinger (Tierra Adentro, 2015), Mil monos muertos (Buap, 2017) y Maten a Darwin en Penguin Random House. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

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