El Voto Sobrevalorado
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La gente en México está muy decepcionada, con incertidumbre, no sabe si votar o no votar, cuando me preguntan qué pienso, les recomiendo que lo hagan, si quieren sentirse parte de algo, si no tienen nada mejor que hacer ese domingo, que tampoco se lo tomen muy en serio, que no tengan muchas expectativas, que no se peleen con los vecinos y la banda por defender a un candidato. A mí me gustaría hacerlo, ya hasta sé por quién votar. Pero yo soy un enajenado, me encanta leer las noticias de política y de espectáculos, me entretiene, me da curiosidad y morbo saber qué va a pasar. Curiosidad malsana es mi razón para votar. Puede sonar frívolo, simplón y tal vez el argumento no resista un debate, pero qué más da, sólo trato de llamar la atención a un punto: ¿qué tan en serio debemos tomarnos las elecciones presidenciales? Pienso que votar es un acto sobrevalorado.
Imaginemos que en algún lugar de México existe un ciudadano modelo, que sigue las leyes, reglamentos y normas al pie de la letra, a tal punto que se comportará como indican los manuales del Instituto Nacional Electoral (INE) para emitir un “voto razonado”, se tapará los oídos durante el periodo de precampañas (del 14 de diciembre al 11 de febrero) para no escuchar los mensajes de los precandidatos en tele y en radio, pues están dirigidos únicamente a los militantes; preferirá las propuestas a las descalificaciones, para ello en vez de ver las noticias y el Twitter, leerá cientos de cuartillas con los programas políticos de los partidos y de las plataformas electorales, parece mucha información pero tendrá del 30 de marzo al 27 de junio para hacerlo, que es el tiempo que duran las campañas oficiales y el momento legal para difundir propuestas. La semana previa al 1 de julio, el ciudadano modelo se alejará del mundo para meditar, evitará todo contacto con la propaganda para que nadie manipule su mente y finalmente, ese domingo por la mañana tomará una decisión razonada y la plasmará con un tache, firme y claro sobre el nombre del candidato de su preferencia.
Mientras tanto, otros en la misma casilla votarán por el más guapo, por el que les dio una despensa, por cualquiera que no sea el que odien o simplemente elegirán al azar. No faltará el idiota que vote por el peor o, incluso, otro buen ciudadano que siguiendo las mismas recomendaciones del INE llegue a la conclusión contraria a nuestro ciudadano ejemplar y vote por el candidato adversario.
Como sea, el voto de todos ellos valdrá lo pinches mismo. ¿De qué sirvió entonces el voto razonado? De nada, o más bien, de lo mismo que el mío y de los demás.
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Por eso digo que votar no es la gran cosa, sólo tachar un nombre en la boleta. Y ya que lo tachas no hay garantías de que tu candidato a la presidencia ganará, por más que el votante tenga la razón científica al haber elegido las mejores propuestas. Es más, en caso de que gane “el mejor”, objetivamente hablando, no hay garantías de que cumplirá lo que prometió, o de que se comporte de acuerdo con los estatutos de su maldito partido, ni siquiera podemos saber si se comportará decentemente; de hecho, lo más seguro es que una vez en el gobierno nos desilusione, es más, les garantizo que cualquier candidato por el que voten los va a desilusionar, y no estoy diciendo algo nuevo, todos ya lo sabemos.
El grueso de la población desconfía ya de los políticos. Desconfianza es la palabra clave, porquenuestro sistema electoral se basa precisamente en lo contrario: la confianza.
Me explico. Nuestro derecho político en una democracia, más que votar, es gobernar. Todos en teoría tenemos derecho a gobernar, pero somos muchos, sería imposible gobernar todos al mismo tiempo, por eso elegimos a un representante que gobierne a nombre de nosotros. El voto entonces es un trámite por el cual cedemos nuestro derecho a gobernar a un tercero sobre el cual no tenemos influencia alguna (probablemente jamás lo conoceremos en persona), y cuando digo “un tercero” me refiero al que gana que no es necesariamente el mismo por el que votamos. Entonces el voto es un ejercicio incompleto.
Los intelectuales orgánicos y comentaristas de radio y televisión mexicanos, fieles a su estilo teatral, suelen quejarse del “bajo nivel” de debate entre los candidatos, de la “falta de propuestas” y de que haya “puras descalificaciones”.Si me preguntan, en esta elección prefiero las descalificaciones a las propuestas, porque las descalificaciones son más sinceras y describen mejor la realidad.En cambio, las propuestas son demagogia pura, generalidades, y en verdad no importan mientras no tengamos forma de influir en el presidente. Por eso a mí, ya no me preocupa si mi candidato gana o pierde, pero si gana me gustaría poderlo someter a revocación de mandato y a juicio si se pasa de verga.
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