Anécdotas de María Guadaña

Anécdotas de María Guadaña

Forms and Techniques of Fiction: History of the Short Story

Germain Barrera

9.9.2018

CRW 5364/Lex Willford

The University of Texas at El Paso

Eduviges y Eusebio llevaban años sin dirigirse la palabra. Con la mirada perdida, sin hacer ruido alguno; no con el rostro perplejo, la otra con calma. De vez en cuando se mueven lento, como molino de viento en sequía.

¿Qué es el tiempo para ellos? No saben si están cerca el uno del otro. La tierra que los rodea es todo lo que conocen. El sueño ausente en sus parpados tetánicos y el carente sudor a pesar del sofocante calor.

María Guadaña está parada en medio de los dos montículos; ella levanta el báculo de neblina y da tres golpes firmes sobre la tierra. “Está lloviendo, siento el agua caer”, pensó Eusebio; “¿Quién está ahí?”, preguntó y sin voz contestó Eduviges: “Soy yo”. “¿Quién es yo?” preguntó Eusebio; “No lo sé, ¿y tú?”, “Tampoco lo sé”. “¿Qué es lo que ves?”, “nubes derritiéndose”, “también yo, qué raro”;“¿Qué es raro?”, “No lo sé”. “¿Qué es llover?”; “Tampoco lo sé ¡pero está lloviendo!”,  “¿Cómo lo sabes?”.

Un golpe con mayor fuerza retumbo.

“¿Escuchas?” preguntó Eusebio, “¡Sí!, ¡escucho!, ¡ya recuerdo!”, contestó Eduviges recordando el caer de la lluvia; “¿Qué es recuerdo?”, ¡pues la lluvia carajo!”; ¡Oh! sí, ¡la lluvia!”.

El tamborileo de las gotas sobre la tierra. Cada vez más fuerte, como chicharrones en aceite hirviendo.

La lluvia cesa. Se escuchan pasos que surcan la tierra y arrastran piedras a los lados. Jadeos rítmicos que danzan en círculos; primero hacia la derecha después hacia la izquierda; aleteos que se confunden con la ventisca de Octubre. “¿Hueles eso?, ¿Qué es?”: La aniquilación. Como el olor de la pólvora cuando abandona los orificios que han dejado las balas en tu carne.  Así mismito lo recuerdo.

“¿Quién anda ahí?”, “soy María Guadaña”; “¿Con quién vienes acompañada María?”, “Con mis chacales hambrientos”, “pero alguien vuela a tu alrededor María”, dijo Eduviges; “es la memoria”, contestó María. “¿Nuestra memoria?,  el cenzontle de cuatrocientas voces, y ¿qué dicen esas voces?”, “Cuentan la historia del hombre”; “¿de qué trata?”, “sobre cómo se condena a repetir los mismos errores una y otra vez”. “Y ¿tú que tienes que ver con todo esto?”, “Mi trabajo es segar las almas para mantener el orden”; “¿Y vienes a segarnos?”…”No, ustedes ya están muertos”; “¿Muertos?”, ¡malo fuera que estuviéramos vivos!”, respondió Eusebio en tono de sarcasmo, “ahí sí tendríamos por qué preocuparnos”, le siguió el chascarrillo Eduviges; “La preocupación sólo es parte de la vida”, contestó María. Y dime: “¿qué hiciste en vida?”, preguntó Eduviges a Eusebio; “Fui revolucionario, lugarteniente del Atila del Sur, “¿y tú?”, “Madre, esposa y Adelita cuando se podía”; “¿cómo terminaste aquí?”, “Lo último que recuerdo es haber cabalgado durante dos días seguidos sin descanso y ya cerquita de Cholula me emboscaron los federales, ¿y tú?”; “A mí me fusilaron porque mi coronel se unió a las fuerzas rebeldes de un tal Emiliano, pero dejaron vivir a mis chilpayates, mi general ya debe de estar como presidente y los campesinos trabajando sus tierras, no te preocupes. Me dijeron los federales que la tierra jamás seria de mis hijos, después me cocieron a tiros. Yo galopé la sierra lo más rápido que pude para adelantármele a los puercos, mis hombres se quedaron atrás, la diligencia me entregó una carta que decía que iban a mis tierras a matar a mi familia. No volví a ver a mi coronel después de que se fue a firmar un plan que daría la tierra a los que la trabajaban. Sí se firmó, estuve presente en Ayoxuxtla cuidando a mi general y a Otilio, ¡no nos bañamos en cuatro días!”, “¡Tampoco yo me he bañado en no sécuánto tiempo! ¿Cómo nos vamos a bañar si el agua no nos llega mujer? ¿No ves? Hemos de apestar como Zapata y Otilio!”

En un instante el silencio se hizo presente, abrumador como la oscuridad y la eternidad que los envolvía. Sus falanges acariciaron por última vez el esternón donde reposaba el dije en forma de llave que alguna vez pactó su amor masallá de la muerte. Un golpe ensordecedor cimbró la tierra, era el final. Los chacales, el cenzontle y María Guadaña se alejaban por el llano.

Eduviges y Eusebio durmieron por siempre.

SHARE
sobre el autor

Germain Barrera

Germain Barrera nació en Chihuahua, Chih., México en 1978. Estudio en la facultad de medicina de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez donde obtuvo su titulo como Medico Cirujano. Ha sido escritor desde su juventud publicando casos médicos e historias cortas para revistas académicas en la frontera norte de México. Actualmente cursa clases de la maestría en escritura creativa en la Universidad de Texas en El Paso.

Deja una respuesta