
En la esquina del bar, limpiando una mesa con sobras de botanas y botellas vacías, estaba Anna. A ratos, con gesto de desagrado trataba de quitar con sus brazos el cabello que le estorbaba en la cara. Ya me habían contado de su personalidad solitaria.
-Otra vez con Anna. ¿Cuántas veces van que la invitas a salir? – preguntó Juan, mi amigo y dueño del bar.
-Algún dirá que sí. Cada noche al terminar el turno se va con un hombre diferente, es cuestión de tiempo.
-¿Notaste que todos esos vatos nunca vuelven? Está bien friky; igual y los asusta, no sé. Una noche al cerrar me ofrecí a llevarla y me pareció extraño que viviera en esa gran mansión.
-¿Cuál?
-La que nos daba miedo cuando éramos niños, de la calle ochenta y siete; ahora está más horrible y descuidada, podría jurar que está abandonada, pero Anna dice que vive allí con su abuela. No sé, hay algo muy raro con ella.
Después de muchos tragos de whisky tomé valor y le pregunté a Anna si saldría conmigo algún día, ella se acercó y sin respuesta, me sirvió en una copa azulada una bebida rara que olía a frutas y almendras, al verterla esta despidió humo púrpura; aunque estaba consciente de que ya había bebido demasiado y que no debía tomar ese último trago lo hice.
-No te preocupes Tony, corre por mi cuenta – dijo Anna sonriente.
Después de beber el brebaje enigmático y sin una respuesta de Anna, decidí ir a dormir. Estaba tan ebrio que tuve que caminar al departamento, durante el trayecto pasé por la calle ochenta y siete, sentí curiosidad. Molesto con Anna y demás, decidí ir a ver su casa. Al acercarme a la entrada escuché el llanto de una mujer, no era alarmante sino doloroso; me aproximé para encontrarme con Anna tendida junto a la puerta; traté de reconfortarla, le pregunté mil veces qué ocurría, pero ella seguía llorando; cuando tomé su mano la noté fría así que le puse mi saco en su espalda; luego acaricié su cabeza para tratar de consolarla; al pasar mi mano se vino con ella cabello y pedazos de piel, me levanté asustado, no pude moverme más; su llanto se transformó en risa, una larga y macabra risa. Desesperado le pregunté qué pasaba; comenzó a desvestirse, yo me quedé estaqueado al suelo. Siguió riendo, jaló su cabello hasta arrancarlo por completo, con sus dedos que ahora parecían garras extirpó la piel de su cuerpo y cara; su verdadera piel, la de abajo, era verde escamosa, con un brillo peculiar que parecía baba; su boca era grande, con dos colmillos enormes y una lengua larga como de se serpiente.
Se acercó a mí, me tomó de la mano, luego pasó su lengua por mi cara; su saliva quemó tanto mi piel, que se desprendió a pedazos, el dolor era insoportable; quise gritar pero con sus garras apretó mi cuello hasta tirarme al suelo; abrió la puerta y me arrastró con ella al interior de la casa.
Daniela Villarreal Grave, nace el 12 de diciembre en Tepic, Nayarit, México. Lic. en Medios Audiovisuales por la UABC. Diplomados en “English Literature and Composition” por U.C. Berkeley (2018) y “Poetry in America: Modernism” por Harvard University (2018). Seleccionada en el concurso para la Antología Poética “Otras voces nos agitan” de Editorial Capítulo Siete (CDXM). Ganadora de mención honorífica en el género de Microcuento en el Certamen Literario Internacional lágrimas de circe: Hacia Ítaca en Argentina (2019). Seleccionada para la Antología Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana (España-2020). Ha colaborado en revistas virtuales como “Del cangrejo a la sopa”, “Actualidad Artística” y en la Antología Poética “Poemas que serán árboles” editorial Plan Veintiuno. (Argentina). Ha publicado Poesía en revistas como “El perro” #19 y “Revista Autarquía” #5. Cuento en “Revista La sirena varada” (2018). “Revista Literaria Monolito” (2018). Fue becaria en Literatura durante el Festival Cultural Interfaz; Culiacán, Sinaloa, México (2017).